Monjas universitarias para la nueva evangelización
La fundadora y superiora general del nuevo instituto “lesu Communio”, madre
Verónica Berzosa, participó en el primer encuentro internacional que, bajo el lema:
«Nuevos evangelizadores para la Nueva Evangelización» y que fue organizado por el
Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización. Al acto, que presidió el Papa
Benedicto XVI en el Aula Pablo VI del Vaticano, asistieron unas 8.000 personas,
provenientes de todo el orbe, que ya trabajan en el anuncio del mensaje de Cristo en
las zonas más secularizadas de Occidente. La Madre Verónica, acompañada por
algunas hermanas del Instituto, expuso su testimonio del que extraigo su encuentro
con Dios. www.almudi.org/
“Imposible olvidar el impacto que me produjo a mis diecisiete años ver una
alfombra humana de jóvenes tirados por tierra, desorientados,
despersonalizados. Mi reflexión fue ésta: «Señor, ¿Tu nos has creado para
esto? ¡No, no, estoy segura de que no!». “Yo misma me sorprendí hablando
con Él, porque indudablemente Él estaba allí; jamás puede el Creador
abandonar la obra de sus Manos. Aquella imagen determinó mi vida; nadie
tenía que convencerme de que el hombre, si no vive abrazado a Dios y a su
voluntad, no logra saber quién es, ni a dónde va”.
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Lejos queda aquél día en el que, Marijose Berzosa, franqueó sin
parpadear el pórtico del claustro. Tenía ya 18 años y era un día
festivo. Atrás quedaba la carrera de Medicina y todo un futuro que
abandonaba para perpetuar la llamada de Cristo.
Este convento, que sería su flamante hogar, estaba compuesto por
unas veinte monjas. La más joven había cumplido ya los 40 años y
desde hacía 23 no entraba una postulanta.
Candidez, obediencia e indigencia. Vida contemplativa y nada más. Marijose
cambió su nombre por el de Sor Verónica y su indumentaria por un traje talar
atado a la cintura por un cordel blanco, sandalias todo el año; una celda como
dormitorio, oraciones desde las primeras luces del día, penitencia, disciplina,
quietud, vigilia y labranza, para encontrar a Cristo. Y lo encontró alejada del
mundo exterior y encerrada entre muros y verjas.
El instituto acoge a jóvenes que anhelan tomar parte del júbilo de estas
religiosas que oran, interpretan canciones y danzan sin abandonar la sonrisa
de sus labios. Alzan los brazos a la eternidad mientras cantan; “Soy de Cristo”.
http://www.youtube.com/watch?v=xcGEfzsyhqs
Las alegres monjas son urbanas y universitarias. El convento está lleno de
licenciadas en derecho, economistas, físicas y químicas; ingenieros de
caminos, industriales, agrícolas y aeronáuticos; maestras, facultativas,
farmacéuticas, biólogas, licenciadas en filosofía y pedagogas.
La madre Verónica atraviesa mis ojos con su mirada limpia, purificada por los
sollozos; ladea la testa con humildad y coge mi mano entre las suyas
enflaquecidas: "Estamos haciendo algo grande por amor a Cristo y
necesitamos tiempo". Y se ausenta transportando su hábito con garbo, del que
cuelga un rosario de madera de pino.
La madre Verónica, piadosa y enardecida; de fuerte arranque y débil salud,
con los hombros caídos pero firmes, como si llevara sobre ellos el peso de sus
casi 200 hijas, continúa con una gran labor; la siembra del amor a Cristo.
Clemente Ferrer
clementeferrer@clementeferrer.com