PARA QUÉ NOS CREÓ DIOS
Nunca se sintió tan complacido el Señor sino cuando era obedecido, y el
pueblo era sano, fuerte y poderoso. Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de
espíritu, y que tiembla a mi palabra. (Isaías 66:2).
La desobediencia trajo la debilidad, la dependencia y el miedo a todo lo
que no fuera el temor a Dios: infundiré en sus corazones tal cobardía, en la tierra
de sus enemigos, que el sonido de una hoja que se mueva los perseguirá, y huirán
como ante la espada sin que nadie los hostigue. (Levítico26:36).
Ahora dominados por los vicios que llaman libertades, por una feroz
independencia y despego, sin afecto natural , y con notoria apelación al bien “social”
cuando las cosas no le marchan bien, cada individuo es una isla de egoísmo en el
que el primer axioma es “yo primero”.
Esto hace que el orden cívico haga aguas en cada ocasión, y que el diálogo
entre personas se inicie siempre entre la desconfianza y la agresividad.
Volviendo al relato anterior; cruel le pareció a Saúl, así como inútil y
lastimoso, destruir tan hermoso botín como habían capturado. Vacas, ovejas, oro,
plata, vestidos… y un botín de personas inmenso. ¿No sería más
provechoso ofrecerlo como sacrificio a Dios?
Aunque Dios le había encomendado un mandamiento concreto, el pensó
que a fin de cuentas Dios tendría que agradecer que él hubiese pensado hacer esta
ofrenda tan excelente y rica (a semejanza de Caín).
El pensamiento es el mismo siempre, y con la coartada de ofrecer a Dios
algo que él no quiere , y que aborrece por causa de la desobediencia y la necia
justificación. Dios dice: ¿De que me sirve, dice Yahvé, la multitud de vuestros
sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales
engordados; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos.
¿Quién demanda eso de vuestras manos?…
No me traigáis más vana ofrenda… Cuando extendáis vuestras manos, yo
esconderé de vosotros mis ojos… Vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi
alma… Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien… (Isaías: 1). Por boca de
este profeta Dios rechaza la ofrenda con que se quiere sustituir la dedicación y el
acatamiento a su palabra.
Cuando Dios creó al ser humano, lo hizo para ejercer de dominador y no de
dominado. Destruir en nosotros querencias y cosas o personas que nos son muy
queridas, cuando estas se opongan en el camino seco y serio de la santidad. A toda
costa.
Son dos pasos ineludibles, para todo hombre que quiera ponerse a salvo de
la ira de Dios contra el pecado y quien lo practica. El primero consiste en dejar de
hacer el mal. Ya con este paso hay un avance importante para el que busca la
verdad. El segundo y decisivo es hacer el bien . Una parte negativa contra el mal y
la positiva para la práctica del bien. No se puede hacer el bien si previamente no
hemos dejado de hacer el mal.
Seguimos después de esta breve digresión. También el pueblo israelita ya
se alegraba de poder contar entre sus pertenencias un botín tan espléndido. Todas
las vanas consideraciones del pensamiento irredento contra la voluntad expresa de
Dios.
Samuel amonestó a Saúl cuando este quiso como coartada ofrecer el botín
de Amalec en sacrificio, habiendo desobedecido y tratado de justificarse: ¿Se
complace Dios tanto en los holocaustos y víctimas, como que se obedezca a su
palabra? (1º Samuel 15:22).
El pueblo perdonó a Amalec, y consintió convivir con los que Dios puso en
sus manos para que los destruyera, y ocupara su lugar, para sustituir a los
idólatras, y como consecuencia las corrupciones de los amorreos. Este proceder
desobediente trajo la desgracia de todos: Haced alianza con nosotros, dijeron los
gabaonitas. (Josué 9:6).
Esto mismo nos dicen las filosofías y prácticas paganas a nosotros, hoy
¿Hacer la paz es algo grande, pero a costa de qué? Estas alianzas que parecen
nobles y buenas, son las que trajeron todo el mal al pueblo de Israel . Las
consecuencias se dejaron ver muy pronto.