El Consumismo
Martha Morales
Un autor muy leído del siglo XIX decía que debemos de huir de dos cosas: de “los
demonios que no espantan y las cadenas que no suenan. Los demonios que no
espantan, son los malos amigos o compañeros: lo que el diablo no puede hacer por
si, lo hace por ellos. Las cadenas que no suenan son las ocasiones y peligros: antes
de caer en lo grave, sin sentirlo, suele caer y quedar preso de ellas”.
A partir de 1950 se empieza a incrementar el consumismo en los Estados Unidos y
surge una inédita voracidad por consumir. El consumismo se considera
liberalizante. En esos tiempos el consumismo les pasaba desapercibido a los
creyentes practicantes; no veían que el mundo empezaba a descender a un
paganismo sin precedentes, y ahora muchos siguen sin verlo.
El materialismo del siglo XX y lo que llevamos del XXI, ha tomado la forma de
consumo. Antes, el deseo de poseer cosas materiales se llevaba a cabo mediante el
acaparamiento y, entonces, el materialismo tenía sobre todo el sentido de la
avaricia del hombre que quería contar con mucho dinero y poseerlo a su antojo;
pero en este momento el deseo respecto de las cosas no es tanto el de poseerlas,
sino consumirlas.
Antes del siglo XX, la vida buena era la vida tranquila. Después de 1960 la vida
buena es la que cuenta con crecimiento constante de bienes y servicios. Se
empieza a valorar mucho lo exterior: el folleto, la envoltura, la publicidad. La vida
de muchos se resume en: Trabaja, compra, consume y muere .
Juan Pablo II estudió lo que los comunistas decían para atacar Occidente, y fue una
de las personas que más profundizó en este nuevo fenómeno. Tenía una
preocupación por los acontecimientos futuros y los efectos perniciosos que vendrían
al hombre. Habló más de quinientas veces sobre este tema, siempre con distintos
matices. Vio que el consumismo es un modo de vivir que consiste en que la persona
invierte su vida completamente en el afán de tener. El hombre consumista está
impulsado por el deseo de tener y el afán de gozar; quiere adquirir en exceso toda
clase de bienes materiales, se guía por el instinto, no por la dimensión personal
consciente y libre.
Hay hábitos de consumo ilícitos y dañinos a la salud, como la droga, el juego, el
alcohol y la pornografía. Juan Pablo II compara el consumismo a una nueva
esclavitud en la que las personas viven atrapadas por las cosas.
Observa que es una “nueva idolatría” que cancela a Dios del horizonte de la vida. El
consumista pone el eje de su vida en “tener”, y así, entra en una carrera
desenfrenada hacia la riqueza. El consumismo es un moderno paganismo, en el que
el deseo de tener y gozar es la razón de vivir.
La civilización consumista origina una sociedad con formidables desigualdades entre
los hombres y entre las naciones, alejadas de las exigencias de la moral, la justicia
y la solidaridad.
Hay dos sociedades:
a) la consumista, individualista, egoísta, donde unos pocos acumulan en
exceso;
b) Y la sociedad subdesarrollada, más numerosa que la anterior, llena de
miseria y de carencias, donde una mayoría no posee casi nada y sufren de
indigencia.
Se ofende y se humilla a los pobres y oprimidos. Muchos problemas de violencia se
dan porque la gente busca vivir así como ve que viven los tienen más medios y los
que salen en la televisión.
Se da también una búsqueda continua de nuevas sensaciones. Se olvida la ética, la
gente no habla del deber ser, sólo del tener.
Raíces internas : avaricia . La persona avara ama y goza los bienes
inmoderadamente; el corazón se le desordena y se le llena de vanagloria. El vano
quiere tener más y mejores bienes para presumir y causar admiración.
Raíces externas : publicidad, secularismo y hedonismo . La publicidad muchas
veces privilegia la persuasión sobre la verdad. Lo importante, en la publicidad, es
convencer al público de la bondad de algo, aunque no sea verdad.
Consecuencias en la persona : Se prepara el ambiente para la indiferencia en la
práctica religiosa, o incluso se fomenta la hostilidad frente a la religión. Esto
constituye un muro infranqueable que provoca angustia, inquietud profunda y
búsqueda de nuevas sensaciones.
El consumismo puede llegar a ocupar el espacio que antes ocupaba la religión.
Antes, los ataques contra la fe venían del exterior, la fe era parte de la propia
identidad. Ahora los ataques a la fe vienen desde dentro del hombre, porque la
posesión de bienes terrenos conduce al ser humano al descuido de lo trascendente.
Hay entonces una ruptura entre la fe y la vida cotidiana. Algunos acaban
manipulando la religión y viéndola como una especie de mercado donde escogen lo
que más les agrade. La inquietud que se vive se manifiesta en tristeza y hastío, que
hace perder toda esperanza.
Otra consecuencia del consumismo exagerado es buscar nuevas y extremas
sensaciones. El hombre consumista considera el sexo como objeto de consumo y
cae fácilmente en el alcoholismo y la drogadicción, también suele actuar con
violencia.
Ante la avalancha de medios audiovisuales, cine, televisin, Internet…, la
inteligencia permanece pasiva y el intelecto no busca la verdad. Con frecuencia
esos medios idiotizan o narcotizan . Genera personas irresponsables e inmaduras y
lleva a la cultura de la muerte. Entonces se piensa que los hijos son un peligro del
que hay que defenderse. Esto lo explica Juan Pablo II en su encíclica La familia en
los tiempos modernos (Familiaris consortio ).
El consumista es egoísta, inmaduro e inconstante, huye de la disciplina, ve a las
otras personas como medios, no como fines, y sólo se esfuerza por interés propio.
En suma, tiende a la decadencia. La conducta de muchos, en la actualidad, es la de
“comamos y bebamos que maana moriremos”.
Remedios personales y sociales al consumismo .
Formarse un criterio adecuado para consumir, tener una jerarquía de valores que
distinga lo necesario de lo superfluo. Los verdaderos bienes son lo que abren
horizontes y favorecen el crecimiento personal. Los valores y virtudes son los que
sostienen al hombre en momentos de dificultad, son los que enriquecen la vida e
impulsan a metas grandes.
¿Qué valores hay contra el consumismo? Los valores éticos y morales que
iluminan la conciencia del hombre. Cuando hay momentos de dificultad te sostienes
en la fe. No debemos buscar atajos o rebajas a las exigencias morales.
Otro es el valor de la libertad entendida como actuar con conciencia recta. Otro
valor es la caridad que puede dar un giro a la sociedad.
Favorecer un estilo de vida sobrio. La sencillez supone desprendimiento de lo que
se posee, compartir lo que se tiene.
La sobriedad y la moderación consiguen un corazón libre para ayudar a otros. El
ayuno y la renuncia, distanciarse de cosas que sirven al hombre para satisfaces la
sensualidad es aliento para la personalidad. Esto favorece la libertad interior,
facilita una justa relación con Dios.
Remedios sociales
Brindar una mejor educación; esa educación la da sobre todo la familia (padre
lector, hijo lector, padre consumista, hijo consumista), fomentar la lectura, la
cultura, la cultura de la vida, invertir bien el tiempo libre y vivir la solidaridad.
Luego, ejercitarse en el sacrificio y la renuncia, hasta alcanzar la fortaleza interior.
No se nace con los valores, hay que educarlos, colaboran en el desarrollo auténtico
del hombre. Para que un joven madure, requiere la asimilación y profundización de
valores absolutos. Los jóvenes esperan respuesta al sentido de su vida.
Se necesitan auténticos maestros que propongan ideales altos y den ejemplo de
ellos con sus vidas. Los auténticos maestros son capaces de reflejar verdad y amor,
así los alumnos los admirarán e imitarán.
Hay una película que se llama Manos milagrosas que relata la vida de Benjamin
Carson, un chico afroamericano, que era poco estudioso y poco a poco le toma
cariño a los libros, se vuelve culto y llega a ser el mejor neurocirujano infantil del
mundo.
Hay que tomar en cuenta que una vida sin cultura es una vida superficial. La
cultura pide también formar la conciencia. La juventud necesita el contrapeso de la
religión para poder alejarse de los males. Los jóvenes necesitan saber refutar los
falsos valores de la sociedad.
Este fenómeno ha adoptado características especiales, que Enrique Arce en su
libro Vida consumista, presenta desde una perspectiva amplia y minuciosa a partir
de la obra de Juan Pablo II.