Baja de la Cruz…
...y creeremos.
Un solo requisito: ¡Bájate de ahí! Por tantas, tantísimas razones.
Ahora que te vemos alzado, intuimos que algo va a salir mal. Estás totalmente
destrozado y solo, tus secuaces huidos. Vas a morir; pero hay un cosquilleo
interno, una inquietud inexplicable que nos abrasa. Algo se vuelve en contra
nuestra; en algo erramos.
¡Baja! Y baja pronto, antes de que esa cruz se agigante hasta cubrir con sus brazos
los cuatro confines de la tierra. Intuimos que si llegases a morir crucificado, ese
enorme madero será la piedra que anunciaste que nos haría añicos. Seamos
francos, no vamos a creerte de ninguna manera. Si bajas les diremos que Belcebú
te ampara, que no es sino un arte de negras magias.
Esa cruz nos molesta. Pudiera hacerte mártir. Querrías quizá hacerla significar
heroicidad y sacrificio. Entrega. Mira lo que logró con el ladrón: convierte. Sin esa
cruz dictaminaremos doctrinas que conduzcan por senderos más configurados a
nuestros mesiánicos anhelos.
Dan miedo y ascos esos cruzados leños que te sostienen, el letrero tan alto
diciendo que eres rey, el sol que escapa, la tiniebla que aprieta contra el suelo, la
angustia embarazosa de no saber a qué conduce ese todo que se hace confusión,
destino incierto. Antes prepotentes, ahora temblamos; antes seguros, ahora
dudamos. Antes señores, líderes, amos, poseedores de la ley, maestros; ahora todo
es duda y desarreglo.
Si bajas no te creo; no puedo; sería negarme a mí mismo después de todo lo que
he hecho. Y si no bajas compondré un discurso para anular tu cruz. Ahora que
sospecho lo que buscas, les diré que la cruz es signo maldito; la peor lacra el
sufrimiento. Es la prueba suprema de que eres injusto hasta la entraña; que el
dolor, lacerante, es sin sentido, ni fin, ni causa. Injusto tú, y más tu Padre que te
ha clavado. Injusto que aquél que llamas Padre no detenga el brazo armado de
cuchillo que va a clavarse en el pecho de su inerme hijo; que ve indiferentemente
su camino regado de sangres y derrotas, desde el Getsemaní al Calvario. Inicuo
Padre que permite que un gobernador, fatuo y cobarde, tome a su Cristo y le
cuestione, le azote, le denigre; que Herodes incestuoso le trate como a un loco;
que un pueblo soberbio y engreído le escupa y le condene. Lo fue. Y si lo fue
contigo ¿qué con nosotros? Lo es; ahora, aquí, conmigo. Alzó mil cruces después
de aquélla; las ha sembrado en todos y cada uno de las miríadas de niños que
sufren y han sufrido, de este hijo mío que se muere, o está paralítico, tullido; de los
tiranos que sesgan vidas con crueldad, que oprimen y revientan sin que nada
suceda. No veo dónde está tu misericordia, ni tu poder; sólo veo injustas
calamidades, dolor y angustia, opresión, hambre, miseria. ¿Quieres que crea? ¡Si
eres Dios, tacha la cruz! ¡táchalas todas!; o afirmaré que eres un torcido impotente.
Vale la pena que lo intentes: si bajas de la cruz, y si nos liberas a nosotros de ella
--¡arriésgate!-- acaso, entiende que sólo acaso, creeremos.
Hace tanto, Señor, que repito lo mismo. Mi juicio es ya perpetuo sin escuchar
razones. Es más fácil culparte que culparme a mí mismo. Blasfemar se ha hecho en
mí congénito, habitual, porque no arroja consecuencias si lo hago; y da prestigio,
eleva el intelecto por encima de desacreditadas beaterías de otros tiempos. Sé que
es un absurdo decir que eres Dios y al mismo tiempo llamarte injusto. Aunque
¿sabes?, lo creo y me lo creen. Y no me hables de resurrección y menos aún de
esos que llamas tus seguidores. Son la más profunda prueba de tu fracaso. Te
arrostraré con Nietzsche: «Mirad a los cristianos. Siguen a un resucitado, pero sus
caras son de muertos. ¿Cómo voy a creer a estos cristianos que, siguiendo a un
salvador, no tienen cara de redimidos?». Has fracasado con ellos y conmigo. No des
razones, que ni las quiero ni las entiendo.
No hay, amigo, explicaciones. No las va a dar. No vino a eso. No a abolir el dolor;
no a hacer un tratado que apele a tu cerrado corazón; a tu empecinarte en tu
ceguera, en tu exacerbado amor de ti mismo. Es su misterio. No vino a suprimirlo;
vino a acompañarte en el dolor, vino a asumirlo Él. Primero Él. Vino, a hacerlo…
¡bueno!... con tal que lo claves al madero.
No va a bajarse. Ahí estará para mostrarte lo que sólo desde la cruz puede
mostrarse: el amor puro, el amor loco. Para decirte que el sufrimiento es –le llama
redención-- el más profundo y más hermoso de los misterios No va a bajarse, va a
esperar, sin importar tus gritos, que seas tú el que te encarames en la cruz, que te
cosas a ella porque lo quieres. ¿No entiendes que la única mentira es que haya en
la cruz dolor y sufrimiento?
No tengáis miedo. Esta cruz no fue mortal para mí, sino para la muerte.
Estos clavos no me penetran de dolores, sino de un amor más profundo hacia
vosotros.
Estas heridas no causan mis gemidos, sino que os permiten entrar más hondo en
mi corazón.
El acuartelamiento de mi cuerpo os abre los brazos, no aumenta mi tormento.
Mi sangre no se ha perdido para mí, ha sido vertida para vuestro rescate.
No bajará. Somos tú y yo lo que tenemos que treparnos. Se trata de abrazarlo; no
de entenderlo. No hay explicaciones. Darlas sería arrojar margaritas a los puercos.
Jorge Arrastía Juárez