2 de octubre de 1928
Con frecuencia los Ángeles aparecen en la Sagrada Escritura como ministros
ordinarios de Dios. En los momentos más importantes de la historia humana, un
ángel, ha sido embajador de Dios para anunciar sus designios y hacer patente su
cercanía a los hombres y su continua providencia.
Fue un 2 de octubre de 1928, festividad de los Santos Ángeles Custodios, cuando
comienza el Opus Dei , una institución reciente dentro de la larga historia de la
Iglesia Católica. Después de celebrar misa, Josemaría Escrivá, estaba leyendo unas
notas y de repente le sobrevino una gracia extraordinaria, por la que Dios le hizo
ver el Opus Dei. Se arrodilló para dar gracias a Dios y en esos momentos escuchó
el golpear de las campanas de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles.
Desde muchos años atrás sintiendo que Dios quería algo de su vida, pero sin saber
qué, el joven Josemaría había rezado con las palabras que el ciego de Jericó dirigió
a Jesús: “Señor, ¡que vea!” .
Todo esto ocurrió en Madrid, y desde entonces el Opus Dei procura servir a la
Iglesia subrayando y viviendo un mensaje: la existencia ordinaria –entretejida de
horas de trabajo bien hecho, de dedicación a la familia y a los amigos, de interés
por el bien común de la sociedad- puede y debe ser un verdadero camino de
santificación.
En Madrid, tierra de santos conocidos, de mártires y también de cristianos
anónimos que procuran imitar a Jesucristo en la vida ordinaria, el Fundador del
Opus Dei comenzó en los años 30 su labor apostólica con pobres y enfermos, con
niños y jóvenes de los barrios más extremos. Llegó a preparar anualmente a cerca
de 4.000 niños para la Primera Comunión. Una de sus mayores inquietudes fue
siempre la formación de niños y jóvenes, porque sabía muy bien que de la
formación de éstos dependerá el futuro de nuestra sociedad.
Tenemos muy reciente la JMJ de Madrid, una bocanada de aire fresco, porque los
jóvenes además de darnos una lección de alegría y esperanza, han testimoniado la
comunión de la Iglesia, por encima de nacionalidades y lenguas, de movimientos
apostólicos, de todo, han manifestado que somos la Iglesia de Jesucristo. Pienso en
Josemaría Escrivá joven y en su decisión de responder a lo que Dios le pedía, y
pienso en tantos jóvenes que escuchaban al Papa. Les decía Benedicto XVI en la
vigilia de oración de Cuatro Vientos: “Os invito a pedir a Dios que os ayude a
descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con
alegría y fidelidad”.
Esta Jornada ha sido un mensaje de esperanza, de alegría y salvación. Los jóvenes
están felices de que se les hable de Cristo y de la Verdad, de algo que
verdaderamente puede llenar de sentido sus vidas.
Elena Baeza Villena