Podemos cambiar, ¿hacia dónde?
P. Fernando Pascual
10-9-2011
La libertad abre espacios hacia el futuro. Desde ella, podemos cambiar el orden en el escritorio y el
color de las cortinas, el tipo de pasta de dientes y el programa de la computadora, la novela y la
música que nos acompañarán durante el día.
Cada ser humano está abierto a un número casi infinito de horizontes. A veces siente angustia al ver
ante sí tantas posibilidades. Tiene miedo a escoger mal, a equivocarse de nuevo, a dañar a otros, a
ser herido por las elecciones de los cercanos o de los lejanos.
El mundo aparece, así, sumamente indeterminado. Uno escoge vivir al día y luego llora por su falta
de previsión. Otro empieza a comprar un piso con un préstamo y en dos años anda ahogado porque
no puede pagar las deudas. Unos esposos posponen la llegada del primer hijo y cuando lo desean la
edad les impide conseguirlo.
También hay opciones que rompen con males del pasado y que inician caminos de esperanza. Un
joven deja la cocaína y empieza a asumir sus responsabilidades como profesionista. Un esposo deja
de coquetear con otras mujeres y empieza a reconquistar el corazón de su esposa. Un anciano
decide apagar la televisión y se ofrece para ayudar a la parroquia.
La libertad permite horizontes inmensos para el cambio. Surge entonces la pregunta clave: ¿hacia
dónde cambiar? La mente y el corazón trabajan juntos a la hora de buscar respuestas.
Un cambio será bueno si nos lleva a romper con el egoísmo y con cualquier forma de pecado. Un
cambio será nefasto si nos aparta del buen camino y nos introduce en el mundo del mal.
El cambio bueno nos hace acoger la invitación que llega de la gran noticia de la Pascua:
“Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor
venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien
debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus
santos profetas” ( Hch 3,19-21).
Todos podemos cambiar para mejor. Desde la ayuda de Dios y de tantos corazones buenos,
abriremos los ojos del alma para mirar la meta definitiva, la Patria verdadera. Hacia ella
orientaremos nuestros actos. Dejaremos de pisar terrenos movedizos y engañosos para avanzar,
seguros, por el camino que lleva a la Vida.