La segunda tentación
P. Fernando Pascual
10-9-2011
Llega una tentación. De avaricia o de lujuria, de envidia o de soberbia, de pereza o de egoísmo, de
vanidad o de ira.
Si no estuvimos atentos, si no recurrimos a la ayuda divina, la tentación penetra, poco a poco, en el
alma. Luego crece desde las pasiones, entre dudas y ansiedades. Al final, sucumbimos. Hemos
pecado.
Entonces puede insinuarse la segunda tentación. Esa que nos hace pensar que no ha pasado nada. O
esa que nos dice que es imposible volver a empezar. O esa que nos aparta de Dios: si hemos sido
tan malos, ¿con qué cara podemos pedir misericordia?
La segunda tentación es terrible: paraliza el corazón, encadena la voluntad, hiere mortalmente la
esperanza, prepara el terreno a nuevos pecados, nos aparta de Dios.
Si el pecado ha vencido en nuestras vidas, si nos ha robado la amistad con Dios y la unión con los
hermanos, necesitamos más que nunca pedir la gracia del perdón. No podemos permitir que la
segunda tentación nos hunda más y más en el mal cometido. No podemos dejar crecer el monstruo
de la desconfianza que destruye tantas vidas. No podemos abrir las puertas al pecado diabólico por
excelencia: pensar que ni siquiera Dios es capaz de perdonarnos.
Resistir la primera tentación es posible sólo con Dios. Si el pecado se hizo presente por nuestra
culpa, necesitamos más que nunca volver a Dios para resistir al más terrible de los males: la
segunda tentación.
Para ello, hemos de aprender a ver nuestro pecado como Dios lo ve: como la herida en un hijo.
Porque para Dios el hijo no deja de serlo si está enfermo. Somos también suyos en medio del lodo
del pecado.
La mirada paterna del Dios de misericordia nos da fuerzas para reemprender la lucha, para acudir al
sacramento de la confesión, para amar más porque hemos sido muy amados, para perdonar a mis
hermanos porque también yo, mil y mil veces, he sido perdonado...