Ser consolado para consolar
P. Fernando Pascual
27-8-2011
Si una mano me sacase del abismo. Si una voz me susurrase palabras de consuelo. Si unos oídos
amigos escuchasen mis quejas. Si unos ojos me mirasen con respeto y con cariño... Entonces tendría
fuerzas para superar la prueba, para salir del bache, para reemprender el trabajo, para lanzarme
nuevamente al ruedo de la vida.
Sin embargo, muchas veces no llega el consuelo deseado. Duele sentir un vacío alrededor del alma.
Caminar por el desierto provoca desaliento, hunde en la apatía, apaga las pocas fuerzas que quedan
en el corazón.
Es cierto: me duele mucho carecer de consuelos. Pero, ¿cuántas veces he pensado en que yo puedo
consolar a otros?
Sólo cuando salgo de mí mismo, cuando dejo de lado quejas que ahogan y que llevan a nubes
huecas, puedo darme cuenta de que alguien a mi lado está igual o peor que yo. Es un familiar, un
amigo, un conocido, que vive hambriento de ayuda, que necesita manos amigas, que desea
simplemente que alguien le escuche unos momentos.
¿Puedo empezar a consolar a otro? ¿No me faltan fuerzas? ¿No estoy demasiado herido? ¿No vivo
tan apagado en mi interior que no soy capaz de encender ánimos en otro?
En realidad, me equivoco cuando pienso que estoy solo. Dios siempre, de mil maneras, busca
consolarme. Quiere infundir fuerzas. Desea ayudarme a abrir los ojos para que descubra un
horizonte de maravillas en el mundo de la gracia. Por eso me ha dado lo más grande, lo más
hermoso, lo que nadie antes había ni siquiera imaginado: me ha entregado a su propio Hijo (cf. Rm
8,32).
Ahora comprendo: tengo fuerzas para consolar a mis hermanos cuando las recibo de un Dios que
vino para buscar a la oveja perdida, para curar al enfermo, para levantar al abatido, para perdonar a
quien vivía hundido bajo el pecado.
Con san Pablo puedo gritar, lleno de gozo y de esperanza: “¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda
tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el
consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!” ( 2Cor 1,3-4).