Fe en Cristo desde la Iglesia
P. Fernando Pascual
27-8-2011
Cristo ha llamado la atención de millones de hombres y mujeres de todos los tiempos y de lugares
muy diferentes del planeta.
Unos llegaron a conocerle desde el ambiente familiar. Otros, a través de algún compañero o
profesor. Otros lo descubrieron simplemente al quedar impresionados por el testimonio callado de
un conocido. Otros con la lectura de la Biblia, de algún libro o de una página de Internet.
Ante Cristo, surgen las preguntas: ¿es el verdadero Salvador? ¿Hay que esperar a otro? (cf. Lc
7,19). ¿Es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6)? ¿Es el Pan bajado del cielo (cf. Jn 6,58)?
¿Cómo podemos resolver estas preguntas? ¿Existe un medio seguro para recibir su mensaje puro,
sin adulteraciones, completo, con sus claras exigencias y con sus maravillosas promesas de
salvación y de bienaventuranza?
Conocemos mejor a Cristo desde el gran regalo de la fe. Cuando abrimos el corazón a la acción de
Dios; cuando dejamos que purifique nuestro pecado y nos arranque las escamas de los ojos; cuando
escuchamos su invitación a no tener miedo y a confiar, empezamos a vivir en el mundo maravilloso
de quien cree, de quien descubre ante sí horizontes insospechados de esperanza.
Pero el camino hacia Cristo no puede hacerse en soledad. Somos y vivimos con hombres y mujeres
del pasado y de nuestro tiempo. Pensamos continuamente desde lo que nos dicen, con palabras o
con gestos, quienes de algún modo llegan a hacerse presentes en nuestras vidas.
Esto vale también para la fe: creer y seguir a Cristo es posible sólo como hermanos, en la misma
Iglesia.
Lo recordaba el Papa Benedicto XVI en la homilía durante la misa conclusiva de la XXVI Jornada
Mundial de la Juventud (Madrid, 21 de agosto de 2011):
“Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la
comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por
su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre
el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él”.
Desde la experiencia de la fe en la Iglesia, conocemos al Maestro. Entonces inicia el milagro: la fe
que inició apoyándonos en otros, nos lleva a hacernos misioneros, a ayudar a quienes están más o
menos cerca. Así lo explicaba el Papa en la homilía antes citada:
“Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de
otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha
ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor”.
La fe en Cristo desde la Iglesia es como un torrente. Llega a nosotros y se desborda hacia tantos
hombres y mujeres que necesitan descubrir el tesoro escondido. Juntos, entonces, podremos gritar
con las palabras y con la vida que Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre (cf. Mt 13,44; Ef 3,5;
Flp 2,11).