Cuando una sonrisa serena el alma
P. Fernando Pascual
13-8-2011
Asuntos serios han de ser tratados seriamente: con atención hacia los argumentos, con el deseo
sincero de encontrar soluciones.
A veces, el argumento presenta escondites complejos. No resulta fácil encontrar salidas. El corazón
y la mente se sienten presionados, inquietos. ¿Qué hacer? ¿Cómo salir adelante ante un problema
grave, ante un asunto complejo?
De repente, una sonrisa oportuna puede no sólo regalarnos unos instantes de paz, sino devolver
energías para ver las cosas de manera diferente. No es una sonrisa irónica que parece más un insulto
de desprecio que un gesto de distensión, sino una sonrisa auténtica que descansa y que ayuda a
descansar, que nace de la simpatía y genera simpatías.
Demasiada seriedad agota. La sonrisa sana no sólo genera hormonas gratificantes (según dicen
algunos especialistas), sino sobre todo un espíritu distendido y una mente más abierta.
El corazón descansa brevemente. Los ojos miran con nuevo fulgor asuntos difíciles. Surgen incluso
palabras más amables, que suplantan las que antes dirigíamos con dureza hacia otras personas.
Sigo de camino en este día luminoso u oscuro, que promete lluvia o que inquieta a todos con
vientos oscurecidos por el polvo. Pequeñas o grandes situaciones enturbian mi alma: la tensión por
no encontrar dónde estacionar el coche, las prisas para llegar a tiempo al trabajo, la inquietud ante
los apagones intermitentes de la luz...
Más allá de todo lo que pase, con una sonrisa sencilla, amable, buena, podré ver las cosas y las
personas con más ilusión y esperanza; lo cual es especialmente urgente en un mundo como el
nuestro, lleno de prisas y de angustias, y hambriento de corazones positivos y de rostros sonrientes,
que transmiten esa verdadera alegría que viene de Dios y que nos conduce suavemente hacia Él.