JMJ: más allá de los números
P. Fernando Pascual
6-8-2011
Un encuentro de miles de jóvenes enciende los reflectores. Los medios resaltan en seguida los datos
más importantes. Si esos jóvenes son católicos, se palpa la curiosidad por entender qué los mueve a
pasar unos días juntos para compartir su fe y para escuchar las palabras de un Papa anciano.
Las cifras se disparan. Los números intentan abarcar los aspectos más visibles. ¿Cuántos son los
participantes? ¿Cuántos policías están de servicio? ¿Cuánto dinero cuesta la Jornada Mundial de la
Juventud? ¿Cuánto se calcula que serán los beneficios? ¿Cuántas confesiones? ¿Cuántas
comuniones en las misas? ¿Cuántos sacerdotes? ¿Cuántos obispos? ¿Cuántos grupos? ¿Cuántos
jóvenes dirán “sí” a la vocación sacerdotal o a la vida religiosa? ¿Cuántos desmayos? ¿Cuántos
periodistas acreditados? ¿Cuántos curiosos? ¿Cuántos, cuántos, cuántos?
Números y más números. Según los intereses, un periódico resalta unas cifras, mientras que una
televisión se fija en otras. No faltará quien invente estadísticas y números incontrolables, como, por
ejemplo, cuántos cigarrillos fumarán los jóvenes durante esos días.
Detrás de los números, más allá de la multitud, hay miles y miles de vidas concretas. Unos,
universitarios y estudiantes que luchan día a día para sacar adelante sus estudios. Otros, trabajadores
que intentan salir a flote en medio de la crisis. Otros, jóvenes esposos, en los primeros meses o años
de la vida matrimonial. Otros, con un hábito religioso o una cruz en el pecho para indicar que están
dando su vida a la Iglesia y a los hermanos. Otros, parados y deseosos de encontrar un empleo.
Muchos, seguramente la mayoría, tienen en su corazón un anhelo: conocer mejor su fe católica,
comunicar y recibir experiencias, encender esperanzas, alimentar el amor.
Una JMJ tiene sentido desde Dios y hacia Dios. Cada corazón, más allá de los números, está abierto
al anhelo de un encuentro. Por encima de las colas, de los apretones, del fresco de la noche, del
calor del día, de la sed o de los enfados, será posible hacer una experiencia profunda de algo que
difícil de explicar: la amistad con Jesucristo.
Los números no podrán recoger eso que ocurre en lo íntimo del alma de miles de jóvenes. Sin la luz
de los reflectores, muchos de ellos llegarán a encontrarse con Alguien que los ama, que entregó su
vida por ellos, que les da fuerzas para seguir adelante en el camino de la vida, que les susurra
serenamente: “¡ánimo!: yo he vencido al mundo” ( Jn 16,33).