Derrotados que saben triunfar
P. Fernando Pascual
6-8-2011
Discutimos. Dos puntos de vista antagónicos. Al final, salió el parecer ajeno. Luego, los hechos me
dieron la razón. ¿El resultado? Problemas, sufrimientos, lágrimas, derrotas.
Brota fuerte la tentación de pedir cuentas. Es cierto que no supe convencer a otros. Parte de la
culpa, seguramente, fue mía. Pero también es cierto que los otros no quisieron o no pudieron
entender mi punto de vista.
Entonces, ¿es hora de reprocharles por lo ocurrido? ¿Puedo encararles, hoy, mañana y pasado, sus
responsabilidades? También ellos sufren por el error cometido. En cierto modo, sin mis reproches,
han comprendido que yo tenía razón.
En el camino de la vida se dan muchas situaciones confusas. Tomar una decisión u otra no resulta
fácil. Falta luz, o falta tiempo, para pensar bien las cosas. Todo se precipita: hay que decidir con
prisas. Después, llega la hora de las quejas, las críticas, las condenas.
Vivir amargado por el error ajeno no tiene sentido. Como tampoco es correcto amargarse por las
propias culpas, dejarse humillar por las voces que una y otra vez recuerdan mi imprudencia y falta
de perspicacia.
Tenemos ante nuestros ojos un presente, un hoy que puede ser diferente. Sin reproches, pero con la
experiencia adquirida, es el momento de tomar decisiones ponderadas. Cuando sea necesario,
también será el momento para perdonar y para ser perdonados. Podemos entonces convertir una
derrota en ocasión para triunfos nuevos.
Asumido de esta manera, el pasado, aunque haya dejado heridas, no será un peso que nos hunda. Se
habrá convertido en un trampolín que nos haga ahora, en estos segundos pasajeros, un poco más
pacientes, más humildes, más sencillos, más prudentes, más justos, más buenos.