Alegrías malsanas ante el caído
P. Fernando Pascual
30-7-2011
Salió a la luz el escándalo. Algunos brindaron de alegría: sintieron la derrota de aquel a quien
despreciaban como si fuese casi una victoria.
Hay corazones que parecen disfrutar ante la divulgación del mal ajeno. Comentan con especial
satisfacción la derrota moral de un hombre o de una mujer que fue sorprendido en un delito.
Viven así en alegrías amargas. Sienten como una extraña sensación de victoria al ver hundido a un
familiar, a un “amigo”, a un compañero de trabajo, a un personaje más o menos conocido.
Otros muchos no celebran la “noticia”. Porque un amigo no disfruta ni encuentra ninguna
satisfacción cuando se conocen los defectos y pecados de aquel a quien ama. Porque la caridad “no
toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia” sino que “se alegra con la verdad. Todo lo
excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (cf. 1Co 13,5-7).
Ante la falta ajena, ¡qué hermoso es encontrar manos amigas, dispuestas a ayudar, a levantar, a dar
fuerzas! Por el contrario, ¡qué doloroso es sentir alrededor miradas y voces que parecen disfrutar
ante la derrota de quien ha sido herido por el pecado!
Dios, que es inflexible con el pecado, que pide amores fieles, que siente celos por su pueblo,
también sabe tender la mano al caído. Su gran anhelo es sanar a quien ha sido mordido por el mal,
es curar al enfermo, es perdonar al pecador.
“¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la
diestra de Dios, y que intercede por nosotros?” ( Rm 8,34). Cristo no vino para aplastar al pecador,
sino que “está siempre vivo para interceder en su favor” ( Hb 7,25).
Para no contagiarme de alegrías malsanas, para no convertirme yo mismo en alguien que disfrute
del fracaso ajeno, necesito acercarme al corazón de Dios.
Aprenderé entonces que la justicia se une a la misericordia, y que sólo si consigo perdonar
sinceramente al hermano herido también yo seré perdonado de tantos pecados (muchos
desconocidos) que he llevado a cabo en los años de mi vida frágil. De este modo, tendré las
disposiciones adecuadas para abrirme plenamente al perdón divino, que está íntimamente unido al
perdón hacia quien veo, a mi lado, manchado por el mismo barro que ha desfigurado nuestra
imagen de hijos del Padre bueno.