Envenenadores de almas
P. Fernando Pascual
23-7-2011
Hay venenos que huelen mal, que actúan rápidamente, que matan en pocos minutos. Otros venenos
se dosifican poco a poco, penetran lentamente, hieren a la víctima sin que perciba lo que está
ocurriendo en su organismo.
También en el mundo de las almas hay venenos. El más terrible, el más destructor, el más trágico,
es el pecado mortal. Junto al mismo también hay pecados “pequeños”, o apegos obsesivos, o
ambiciones mal controladas, o ideas erróneas, que poco a poco envenenan el alma, hasta apagar el
entusiasmo, la alegría, la fuerza del Espíritu.
Hay venenos que buscamos y que consumimos desde nosotros mismos. Somos débiles, somos
frágiles, estamos heridos por las consecuencias del pecado original. Miles de objetos aparecen ante
nosotros con un brillo aparente y engañoso: encierran mucho veneno, pero no lo vemos. Al final,
dejamos que el mal penetre en el alma. Quedamos envenenados.
Otros venenos nos llegan desde envenenadores de almas. Porque en el mundo de ayer y en el de
hoy, hay personas y grupos que promueven, casi diabólicamente, el pecado en todas sus formas.
Fuera de las escuelas, hay quienes engañan a los niños y adolescentes para que empiecen a
drogarse. En el mundo de los medios de comunicación de masas, guionistas y productores lanzan a
la televisión o al inmenso mundo de Internet imágenes e ideas venenosas, que atontan, que
encandilan, que llevan al pecado.
Otros envenenadores son más sutiles. Trabajan desde insinuaciones. Susurran al oído datos tal vez
verdaderos mezclados con interpretaciones falsas. Inspiran desconfianza hacia familiares, amigos,
conocidos. Levantan pasiones de avaricia, de lujuria, de soberbia, de odio, de venganza.
Inoculan su veneno poco a poco. El alma lo recibe a veces con una candidez que asusta. El ropaje
de la voz suave de quien se declara “amigo” y no es más que un destructor de almas hace sucumbir
a los ingenuos.
Frente a tanto veneno, hace falta defenderse con firmeza. No podemos transigir mínimamente con
ningún pecado, ni siquiera venial. La fórmula “antes morir que pecar” vale siempre.
¿Motivos para no dejarse envenenar? Basta con recordar que está en juego un tesoro inmenso del
alma: nuestro amor a Dios. No sólo eso: también está en juego la vida verdadera, la de la gracia en
los corazones. Está en juego, además, la caridad fraterna: todo pecado destruye las relaciones entre
los hermanos.
Hay que luchar con firmeza contra el veneno. Hay que denunciar y apartarse del daño que producen
los envenenadores de almas. No podemos permitir que nadie ahogue la vida de gracia que Dios
puso en nosotros desde el día del bautismo. No podemos permitir que la mentalidad de este mundo
nos llene de tinieblas.
Vale para nosotros la exhortación de san Pablo: “Os ruego, hermanos, que os guardéis de los que
suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina que habéis aprendido; apartaos de ellos, pues
esos tales no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a su propio vientre, y, por medio de suaves
palabras y lisonjas, seducen los corazones de los sencillos” ( Rm 16,17-18).
Sí, hay que apartarse decididamente de los envenenadores de almas. No sólo eso: hay que pedirle a
Dios que no permita que nosotros mismos caigamos en ese terrible pecado de llevar a otros venenos
grandes o pequeños, sino que nos haga difusores sanos y sinceros de todo lo bueno, lo agradable, lo
perfecto (cf. Rm 12,2).