Fidelidades sanas
P. Fernando Pascual
23-7-2011
La fidelidad buena, sana, constante, ¿en qué consiste? ¿De dónde nace?
Ser fieles significa mantener estable una ruta, cumplir las promesas, llevar adelante los acuerdos
asumidos.
Hay quien es fiel a una causa mala. Ha habido hombres y mujeres que han mantenido, con firmeza
férrea, “fidelidad” a un déspota, a un jefe terrorista, al dirigente de una empresa corrompida, a un
despiadado usurero.
Esas fidelidades malas, enfermizas, no enriquecen al ser humano: lo hunden miserablemente bajo la
excusa de conservar los vínculos con quien vive para llevar a cabo el mal y la injusticia.
En cambio, las fidelidades buenas permiten vivir según compromisos válidos, bellos, humanizantes.
El esposo y la esposa fieles mantienen vivas sus promesas matrimoniales. El sacerdote que acepta,
también en lo difícil, un mandato correcto de su obispo es un signo hermoso de fidelidad. La
religiosa o el religioso que lee sus reglas y las aplica con cariño enciende en el mundo un punto
luminoso de fidelidad sana.
Esas fidelidades sanas, ¿de dónde nacen? Desde la madurez y desde el amor.
La madurez, como leemos en el Concilio Vaticano II, se expresa “en cierta estabilidad de ánimo, en
la facultad de tomar decisiones ponderadas y en el recto modo de juzgar sobre los acontecimientos y
los hombres” (decreto “Optatam totius” n. 11).
El amor, por su parte, implica una donación completa al amado. Esa donación se concreta en mil
detalles de fidelidad: en el beso al llegar o al salir de casa entre los esposos; en la guarda del
silencio para un monje contemplativo; en la acogida a todos, sin discriminaciones, por parte de un
funcionario público.
El amor deja de lado los intereses mezquinos que surgen del egoísmo, para centrar la propia vida en
el otro. Entonces uno busca complacer a los demás en lo bueno y justo, evita lo que pueda
molestarles, tiende puentes para mantener relaciones sanas construidas desde un cariño sincero.
El mundo necesita fidelidades buenas. Frente a traiciones conocidas entre los cercanos o entre los
lejanos, los corazones fieles y buenos avanzan hacia la meta que explica y da sentido al existir
humano: amar a Dios y amar al prójimo.