Aborto y conciencia
Becky Reynaud
Cuando los jóvenes adolescentes se besan apasionadamente, no miden las
consecuencias de sus actos, no se dan cuenta de lo que les está pasando, están
abriendo un fuego con su pasión que a veces no son capaces de dominar. Las
curvas de excitación son diferentes en el hombre y en la mujer; con frecuencia la
mujer aún está lejos de conocer que el varón fácilmente se excita; no le ayuda a
contenerse, y viene el embarazo no deseado. El chico huye y deja a la mujer con el
problema. La meten en una crisis que no tendría por qué vivir si él, por amor, se
hubiera detenido a pensar. Pero hoy la gente ¡no piensa!
Algunas mujeres acuden a Vida y Familia, A.C., y encuentran apoyo, otras deciden
tener al bebé y darlo en adopción. Lo que las mujeres deben saber es que el aborto
no arregla nada, pero eso sí, mata al niño, destruye a la mujer, y ciega la
conciencia del padre del niño, arruinando a menudo, la vida familiar.
Aún cuando el hombre rechaza la verdad y el bien que el Creador le propone, Dios
no le abandona, sino que a través de la voz de la conciencia, continua buscándole y
hablándole, para que reconozca su amor y de abra a la misericordia divina, capaz
de sanar cualquier herida. Las mujeres que han abortado deben saber que el Padre
de toda misericordia las espera para ofrecerles su perdón y su paz en el
Sacramento de la Confesión.
El respeto a la verdad no es un límite a la libertad, pero hay quienes contraponen
libertad y ley, y exaltan de modo idolátrico la libertad. “Obra según tu conciencia”,
dicen, pero sin darle a esa conciencia elementos firmes que le ayuden a orientarse.
La conciencia queda desamparada cuando se le deja sola, y se le oculta la verdad.
Se ha fraguado una “conjura contra la vida” en la que participan instituciones
internacionales dedicadas a alentar campañas anticonceptivas, la esterilización y el
aborto. Hay un enorme choque entre el bien y el mal; todos nos vemos implicados
a participar con la responsabilidad de elegir a favor de la vida. El aborto y la
eutanasia son las dos grandes amenazas que sufre actualmente el derecho a la
vida.
No podemos justificar el mal. Es muy fácil justificarlo. Si justificamos el mal nos
estaríamos clavando puñales. La moral es el arte de vivir. La moral dice cómo me
tengo que comportar para ser bueno y para ser feliz, para ser como el Creador me
hizo, esa es la moral positiva. Si actuamos conforme a la naturaleza seremos
felices.
La mujer no debe alimentar ideas de que el novio se va a ir con otra si ella no
accede a darle una prueba de amor . Eso hace mucho daño. Ella debe saber que la
imposición y la presión no son propias del amor. Es propio del amor el dominio de
los propios instintos. ¡No se vale todo! Estamos en una sociedad muy erotizada, y
nos estamos olvidando de lo importante: de ayudar a que la otra persona no se
animalice. Es más fácil que el varón se animalice a que la mujer lo haga.
La mujer debería decir al muchacho que pide de más:
¾“Si me quieres, sabrás esperar a que esté madura para afrontar un matrimonio, y
no quieras pedirme todo cuando tú no estás preparado casarte, sostener un hogar y
una familia”.
La sexualidad pertenece al designio originario del Creador; pero en su lugar , es
decir, dentro del matrimonio. Los actos con que los esposos se unen castamente,
son honestos y dignos, y favorecen el don recíproco. El acto conyugal respetuoso
de su fin es querido por Dios, es bueno en sí, pero ha de ser conyugal.
La pureza de vida es necesaria, la castidad no significa rechazo ni menosprecio de
la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el
amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su
realización plena.
Una mamá le dijo a su hija quinceañera:
¾“¿Estás embarazada?, ¿por qué no abortas? … No te daes la vida”.
Y ¿qué creen que contestó la quinceañera?:
¾“¿Usted se da la vida al tenerme? Si dice eso, quizás no me ama”.
La Iglesia “cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es
siempre un espléndido don del Dios de la bondad. Frente al pesimismo y al egoísmo
que ofuscan el mundo, la Iglesia está a favor de la vida” ( Familiaris consortio ). Al
Estado le toca garantizar el respeto a la vida de todo hombre. Contra ese deber no
se puede invocar la libertad de conciencia y de elección, porque el respeto a la vida
es fundamento de cualquier otro derecho.
El aborto y la eutanasia no son derechos humanos sino buscar la solucin “fácil” a
un problema complejo humano.
Al despedirse de México, Juan Pablo II dijo con gran fuerza: “¡Que ningún
mexicano se atreva a vulnerar el don precioso y sagrado de la vida humana en el
vientre materno (...). Dios te bendiga, México, por los ejemplos de humanidad y de
fe de tu gente, por los esfuerzos en defender a la familia y a la vida”.
La sangre de los bebés no nacidos conmueve el Cielo más aún que la sangre de
Abel.
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