La Misa y el trato directo con Dios
P. Fernando Pascual
17-7-2011
Hay quien está muy convencido: no va a Misa porque prefiere el trato directo con Dios y porque
si va a misa ve comentarios y actitudes que desaprueba, que le molestan, que considera
contrarias al verdadero cristianismo.
Parece difícil dar argumentos o ideas para superar este tipo de prevenciones. Pero en realidad
hay un camino que puede ser sencillo y hermoso para abrir los ojos a la realidad: mostrar toda
la belleza de la Misa, su relación directa con el gran regalo de la Redención, su “potencia” para
romper el mal en el mundo y unir los corazones en el Amor más hermoso.
Lo primero consiste en ayudar a ver la Misa como actualización del misterio redentor. El
hombre, herido por el pecado, necesitaba una ayuda decisiva para salir de la miseria y entrar
en el mundo de la caridad. Sin la ayuda que viene de arriba, el pecado domina en nuestras
mentes, en nuestras acciones, en nuestras vidas. Estamos en la parte del mal y nos sentimos
incapaces de descubrir la belleza maravillosa de un mundo de bien que viene desde el
Corazón mismo de un Dios que es, sobre todo, Padre.
Lo segundo radica en ver cómo la Misa nos une. Es cierto que muchos católicos van a Misa
quizá con la idea de “cumplir”, como un acto social más que entra en la agenda de la semana.
También es cierto que otros pasan el tiempo distraídos, cansados, con actitudes de pereza o
de desgana. Pero ni los unos ni los otros deben convertirse en un motivo o una excusa para
dejar la Misa.
¿Es que la mala actitud de algunos es una excusa para dejar de acoger el abrazo de Dios?
¿Es que lo que pueda ocurrir antes, durante o después de la Misa vale como motivo para dar
un “no” a Dios y optar por una relación más o menos directa con Él a costa de renunciar a los
tesoros de la Eucaristía?
Cambiar de perspectiva hará posible ver la Misa como la cita más hermosa de la semana,
como una necesidad, como una urgencia. El mundo empieza a ser distinto si acogemos a
Cristo, el rostro concreto y misericordioso de Dios, presente en la historia humana, en la vida
personal y en la vida de los hermanos. Es decir, el mundo empieza a ser mejor cuando la Misa
nos permite mirar un poco de pan y de vino para asistir al gran milagro: su transformación en el
Cuerpo que se da como alimento, en la Sangre que se ofrece como bebida, en el sacrificio que
rompe el pecado y que inicia una vida maravillosa en Dios y para Dios, en la Iglesia y para los
hermanos.