Alegría en la vida diaria
Rebeca Reynaud
Al pueblo judío Dios les dio una tierra, profetas, reyes, los acompañó durante su
estancia en el desierto. Y no fueron fieles a la alianza. A nosotros Dios nos ha dado
eso y más, y ¿estamos alegres o estamos quejicas? Hay que experimentar que Dios
nos ama, que está cerca. Decía un poeta: “Se me fue mi amigo con quien tanto
quería”. Necesitamos estar con Alguien. Queremos alguien a quien hablar, a quien
comunicar lo más profundo de nuestro ser.
El mejor modo de servir a Dios es con alegría. Si hay algo de negativismo en
nuestra vida, es señal de no estar en el camino adecuado. Hay almas que se quejan
continuamente; eso supone no comprender la Encarnación del Hijo de Dios. Dios da
una alegría que no da el mundo.
Jesucristo nos ensea: “en el mundo tendréis tribulaciones pero yo he vencido al
mundo”: Estamos con él. Ese es el secreto de la alegría. Si no estoy contento,
¿estoy realmente con Él?
Refiriéndose a los cristianos, Paul Claudel decía: “enséales que su única obligacin
es la alegría”, porque un testimonio dado con amargura, no sirve.
Si estamos tristes y nos preguntamos ¿por qué? encontraremos siempre un foco de
soberbia. A veces estamos atados a faltas de fraternidad, a egoísmos o rencores. La
solución a muchas faltas de fraternidad es la corrección fraterna, pero no la
hacemos quizás por comodidad o por cobardía. Hay que dejar que Dios nos desate.
En el siglo XXI Stephan Covey dice algo parecido: “El 10% de la vida está
relacionada con lo que te pasa; el 90%, con la forma en como reaccionas”.
Un profesor de la Universidad de Navarra, Juan Chapa, decía: una diferencia
notable entre los Evangelios canónicos y los apócrifos es que en los apócrifos no se
menciona la Cruz. Nosotros , hay que abrazar amorosamente la cruz. La aceptación
rendida a la voluntad de Dios trae la paz y la alegría. A veces puede haber
desánimo porque las cosas no salieron como quería, porque la enfermedad me hace
sufrir, porque me invade la debilidad física o moral. Entonces, cuando falta
humildad la carga se nos hace insoportable.
Una persona que confía en Dios sólo busca su Reino, y sabe que lo demás vendrá
por añadidura.
Cicern escribi en el ao 45 a .C.: “Nadie envejece slo por vivir un número de
años; la gente envejece al abandonar sus ideales; los años arrugan el rostro pero
perder el entusiasmo arruga el alma.
Hay que aprender a alegrarse con sencillez de las innumerables ocasiones de dicha
que el Creador ha puesto en nuestro camino: las maravillas del universo, la
amistad, las virtudes de los demás, la satisfacción del trabajo bien hecho, la alegría
del sacrificio…
Hay que experimentar que Dios nos ama, que está cerca. Qué importante es
dejarnos acariciar por Dios. Paladear lo que es estar con Dios, lo que es nuestra
vocación. Señor: Tú quieres que estemos contentos. Razones para quejarse hay
abundantes, pero como cristianos tenemos una razón para estar contentos: que
Dios está con nosotros. “Alegraos en el Seor”, dice San Pablo, “alegraos”. La
alegría es el factor que integra lo demás.
Hay tristeza en el que tiene avaricia o envidia, si la hay, hay que descubrirla porque
sin alegría no se puede vivir. “Si cortas de raíz cualquier asomo de envidia, y si te
gozas sinceramente con los éxitos de los demás, no perderás la alegría”. (Surco, n.
93).
Cuando estamos tristes encontraremos siempre un foco de soberbia. La aceptación
rendida a la voluntad de Dios trae la paz y la alegría. En cambio, cuando falta
humildad la carga se nos hace insoportable.
Alguna puede pensar: “No soy feliz porque no hago lo que quiero…”. Apostarle a
algo más alto. Enamorarnos de lo que nos debemos de enamorar. A veces vamos
en busca de la solución de nuestros problemas y dejamos en segundo lugar la fe y
la confianza en Dios.
Jacques Philippe escribe: Nadie ha sido hecho para llevar una vida apagada,
estrecha o constreida a un espacio reducido, sino para “vivir a sus anchas”.
Nuestra falta de libertad proviene de nuestra falta de amor: nos creemos víctimas
de un contexto poco favorable cuando el problema real se encuentra en nosotros.
Es nuestro corazón el prisionero de sus miedos o de su egoísmo; es él el que debe
de cambiar y aprender a amar. Y hay que comprender también una cosa
importante: nuestra incapacidad de amar proviene muchas veces de nuestra falta
de fe y esperanza. (Cfr. La libertad interior, Jacques Philippe, Patmos, Madrid
2004).
A un taxista le conté lo que acababa de leer que las virtudes que dan alegría a las
obras no son las humanas, sino la fe, la esperanza y la caridad. Me comentó: ¡Ah!
Qué cosas dice usted.
“Una persona alegre obra el bien, gusta de las cosas buenas y agrada a Dios. En
cambio, el triste siempre obra el mal” (PASTOR DE HERMAS, Mand. 10, 1).
La Virgen vivió la alegría más grande que puede vivir una criatura; ella nos guiará a
la intimidad con su Hijo.