Leer la Biblia 4
Conocer la Sagrada Escritura y amarla
Rebeca Reynaud
Dios nos habla con todo lo que sucede, con la creación y con la lectura y
meditación de su Palabra. La Palabra de Dios es la que hace todo. ¿Me habla
el pajarito? Sí, por su perfección y por su canto.
Hay una obra de teatro, en cuatro actos, de Edmund Rostand titulada
Chantecler (Cantaclaro), que es un gallo, y se desarrolla en una granja de una
casa de campo. Fue muy discutida porque los actores eran animales. El
protagonista era el gallo Chantecler. Ese gallo tenía el convencimiento de que
cuando él cantaba, salía el sol. Era admirado por las gallinas, pero él se
cansaba de que se peleaban por los granos de maíz y de los chismes. Un día
llegó una Faisana dorada. Se asomó al gallinero y él se enamoró de la Faisana.
Él pens: “tengo que elegir entre las gallinas y la Faisana”, y se fue con la
Faisana, pero ella vivía en el bosque, donde había oscuridad. Él se adentró en
el bosque a pesar de que tenía miedo, y conforme iba amaneciendo se iba
poniendo más nervioso, pens: “¿Qué va a pasar en el gallinero? Se van a
morir porque no va a salir el sol. La Faisana le pidió que renunciara al sol; pero
él se negó. Sacrificó su amor y regresó al gallinero porque tenía que sacar al
sol.
Nosotros también hemos de ver la dimensión cósmica de la Palabra: toda la
materia que existe es, entre otras cosas y sobre todo, para que el Señor pueda
hacer la Eucaristía.
Cuando el Verbo se encarna, tiene un rostro, porque la Palabra se hizo
Hombre. ¡Es un hecho asombroso! Todo se hizo por el Hijo y todo va hacia él.
San Juan Crisóstomo, Padre y doctor de la Iglesia, tenía intimidad con la
Palabra de Dios, cultivada durante sus seis años de vida eremítica, y decía: “Ni
las grandezas de la gloria humana, ni la majestad del poder, ni la presencia y
favor de los amigos, ni otra cosa alguna de las humanas, puede consolar al
alma que se encuentra consumida por la tristeza, como la Sagrada Escritura”
(…) “La leccin de las Sagradas Escrituras es una conversacin con Dios, y
cuando al que está consumido por la tristeza es Dios quien le habla, quien lo
consuela ¿qué habrá entre las cosas creadas que pueda entristecerlo?...”.
( Homilías I, Ed. Tradición, México 1976, n. XIII).
Joseph Ratzinger dijo en una ponencia: “La constitución conciliar Dei Verbum,
de 1965, sobre la divina Revelación, abrió un nuevo capítulo en la relación
entre el Magisterio y la exegesis científica. Ante todo, define el concepto de
Revelación, que no se identifica en absoluto con su testimonio escrito, que es
la Biblia, y así abre el vasto horizonte, histórico y a la vez teológico, en el que
se mueve la interpretación de la Biblia, una interpretación que considera las
Escrituras no sólo como libros humanos, sino también como el testimonio de
que Dios ha hablado. De este modo resulta posible determinar el concepto de
Tradición, el cual también va más allá de la Escritura, aunque tiene en ella su
centro, puesto que la escritura es ante todo y por naturaleza “tradicin” (…)”.
(Relación entre Magisterio de la Iglesia y Exégesis. Ponencia con ocasión de
los Cien años de la constitución de la Pontificia Comisión Bíblica. Publicada en
L’Osservatore Romano del 16 de mayo de 2003).
El Concilio Vaticano II dijo que había que darle un buen empujón a los estudios
bíblicos. Se redacta la constitución dogmática sobre la revelación Dei Verbum,
que es tal vez el acontecimiento más grande del Concilio. Hay un viraje en los
estudios teológicos. La Liturgia se organiza para que se conozcan las
Escrituras. En la Biblia no hay sólo una historia humana, sino es una
comunicación que Dios quiere tener con cada persona. Es una Palabra que,
por ser de Dios, no se ve afectada, no está fluctuando por los acontecimientos
históricos, no está a merced de lo que está pasando.
Sin embargo, la historia sí influye en los que leen la Palabra de Dios y en los
que la escribieron. Hay que interpretar viendo lo que querían decir los que la
escribieron, es decir, lo que quiso decir el Espíritu Santo.
Jesucristo quiere que conozcamos los signos de los tiempos, dice: “Escudriad
las escrituras”. Los tiempos históricos van hacia la unidad de los cristianos,
hacia el ecumenismo.
La realidad profunda de la Escritura consiste en que “la palabra de Dios,
expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como
la Palabra del Eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se
hizo semejante a los hombres” ( Dei Verbum, n. 13).
El Verbo de Dios empieza a vivir en el seno de la Virgen; lo instala el Espíritu
Santo. La Palabra es confiada al seno de la Iglesia; la instala el Espíritu Santo.
El autor sagrado no ha escrito un dictado; ha vivido en el seno de una
comunidad y después ha escrito.
Los Libros de la Biblia enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad
que Dios, para nuestra salvación, quiso consignar en las sagradas letras (cfr.
Dei Verbum, n. 11). Por eso es importante fomentar la preocupación por captar
el sentido de los textos con la máxima exactitud y precisión y, por tanto, en su
contexto cultural e histórico; y, al mismo tiempo, manifestar su inserción en el
proceso total de la revelación. Los judíos del siglo I creían que al tercer día de
enterrado un muerto, comenzaba la corrupción; por eso el Señor dice que va a
resucitar antes de la corrupción. Esta es una de las últimas cosas que se han
descubierto. También se habla de los eunucos en los Hechos de los Apóstoles,
aparentemente, sin venir a cuento, y es que para los judíos, los eunucos no
podían pertenecer al pueblo de Dios, porque la entrada al pueblo judío era la
circuncisión.
Dios escucha al hombre, se interesa por lo nuestro. Luego, en su gran
condescendencia, Dios nos habla en palabras humanas. A través de todas las
palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único,
Jesucristo, “es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores
sagrados, dice San Agustín (Psal. 103, 4,1). Allí el cristiano encuentra su
alimento y su fuerza. El pecado se puede ver como falta de escucha a la
Palabra de Dios.
Hay que leer la Exhortación Apostólica Verbum Domini de Benedicto XVI. La
lectura de esa Exhortación hace disfrutar; sobre todo la primera parte, para
saber cómo hacer más presente la Palabra de Dios en la vida del pueblo de
Dios, ya que la Biblia ha de ser el libro de cabecera del cristiano. Su mensaje
no se agota nunca. No se trata de leer mucho cada día, basta con leer 15
minutos, con profundidad, sin prisas, en presencia de Dios, pidiendo ayuda al
Espíritu Santo para comprender lo que quiere decirnos ese día con las palabras
que nos toca leer. De esta lectura meditada saldrán propósitos de mejora en el
trabajo, en el trato con los demás, puntos para meditar...
La Exhortación habla también de María es “Madre de la Palabra de Dios y
Madre de la fe”. La Virgen primero concibió la Palabra de Dios en su corazón.