Leer la Biblia 2
Revitalizar la lectura de la Biblia
Rebeca Reynaud
La Biblia se conquista como la ciudad de Jericó: dándole vueltas. Se han de tomar
en cuenta los contextos históricos y literarios de los libros sagrados, junto con los
criterios que vienen de la teología: la unidad de la Escritura, el conjunto de las
verdades de la fe y la tradición de la Iglesia. La Tradición es la Palabra de Dios no
contenida en la Biblia, sino transmitida por Jesucristo a los Apóstoles y por éstos a
la Iglesia.
La interpretación
La investigación científica de los textos es inseparable de la fe: sin la fe no hay
una interpretación científica de la Escritura, y sin la investigación de los textos no
habría una interpretación teológica de la Biblia.
La palabra testamento, en el idioma original, quiere decir alianza, pacto. Los libros
de la Biblia no se podrían entender si se prescinde del pacto que Dios hizo con el
pueblo elegido, primero en el Antiguo Testamento y luego en el Nuevo
Testamento. El Señor ha hecho dos grandes pactos con el hombre: la antigua y la
nueva alianza. El antiguo pacto lo hizo con Abraham y lo renovó con otros
patriarcas. Y el nuevo pacto lo hizo a través de Jesucristo. Ambos pactos apuntan
a Cristo. El Antiguo Testamento apunta a la primera venida de Cristo. El Nuevo
Testamento apunta a la Segunda venida de Cristo. Antes de morir Cristo dice:
“Todo está cumplido”. ¿Qué está cumplido? El antiguo pacto y, con él, las
profecías. Al apuntar a Cristo el pacto apunta a la redención. Cuando Cristo muere
en la Cruz, el pacto termina. Empieza la nueva alianza, que apunta a lo mismo, al
cumplimiento de la redención. La redención está hecha, pero la salvación no está
completa. La consumación de la salvación se dará cuando Cristo venga a juzgar a
vivos y a muertos.
Hay personas que leen la Biblia al azar, y no toman en cuenta que los libros de la
Biblia tienen una unidad, y están vinculados a uno u otro pacto. Abraham, Moisés,
los reyes y los profetas tienen que ver con el pacto, con la alianza.
El teólogo Scott Hahn narra: Lo que descubrí fue que la Nueva Alianza estableció
una nueva familia que abarcaba toda la humanidad, con la que Cristo compartió su
propia filiación divina, haciéndonos hijos de Dios 1 (...). Tracé una línea cronológica
que mostraba cómo cada alianza que Dios hacía era su forma de actuar para
engendrar su familia a lo largo de las épocas. Su alianza con Adán tomó forma de
matrimonio; la alianza con Noé fue en una familia; con Abrahám la alianza tomó
forma en una tribu; con Moisés la alianza las doce tribus en una nación familiar; la
alianza con David estableció a Israel como una familia nacional de reyes; mientras
que Cristo hizo de la Nueva Alianza la familia de Dios a nivel mundial, su familia
1 Scott y Kimberly Hahn, El regreso a Roma, el regreso a casa, Ignatius, San Francisco, p. 31.
“católica” (del griego katholiko s), para incluir a todas las naciones, tanto judíos
como gentiles” 2 .
También se ha de tener en cuenta que, para interpretar el texto, necesitamos de la
Iglesia porque no debemos guiarnos solos: “Ninguna profecía de la Escritura
puede interpretarse por cuenta propia” (2 Pedro 1, 20). La Iglesia, como madre y
maestra, es la auténtica intérprete. Aceptar y vivir esta verdad requiere humildad.
Isaías habla del Siervo sufriente ; los judíos aplican el término al pueblo judío y los
católicos a Jesús. Las dos interpretaciones son correctas y aceptables, pero la que
pone a Cristo como protagonista es plena. Hablar del Siervo del Señor no es
hablar sólo del elegido de Dios, es hablar también del rechazo que sufre por parte
de sus congéneres. San Mateo contiene enseñanzas que iluminan el misterio de la
reprobación de Jesús, el Mesías prometido . El evangelista va respondiendo de
diversas maneras a ese misterio: unas veces, al relatar los episodios de la repulsa
de escribas, fariseos y príncipes de los sacerdotes hacia Jesús; otras, al narrar los
sufrimientos de su Pasión, hace ver cómo esos acontecimientos de la vida de
Cristo no son una frustración del plan divino, sino que estaban previstos y
anunciados por los Profetas, y son su cumplimiento (Mt 12,17; 13,35; 26,54.56;
27,9).
Cuando San Mateo narra la vuelta a Nazaret de José, dice: «Allí permaneció hasta
la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del
Profeta: De Egipto llamé a mi hijo » (Mt 2,15). El hijo al que se refiere el profeta
Oseas es Israel. Pero Israel, como hijo de Dios, no cumplió la misión que le dio
Dios de justificar a todas las gentes. Es Jesús, el Hijo de Dios, quien cumple la
misión que Israel no supo llevar a cabo. Pero es importante notar la dirección del
razonamiento de San Mateo. Jesús no es Hijo de Dios porque de Él se prediquen
la suma de alusiones del Antiguo Testamento, sino que, como Hijo de Dios que es,
realiza las promesas de Dios.
En el Deuteronomio, Moisés le dijo al pueblo judío lo que tenía que hacer para
cumplir con la alianza. Allí Moisés especifica que hacen ese pacto libremente, pero
luego no cumplieron con lo que prometieron, no fueron fieles a la alianza con el
Señor. ¿Qué no hizo Dios por Israel? Les dio una tierra, les dio reyes y profetas, y
luego les dio a su Hijo único. El pacto no sólo no fue cumplido, fue pisoteado por
un grupo de judíos de la época.
Si no se conoce el Deuteronomio, no se entiende el Apocalipsis. La gran ramera
de Babilonia de la que habla el Apocalipsis, tiene varias lecturas, ya que el texto
sagrado está abierto. En una primera lectura, esa ramera es Jerusalén, que no
quiso ser fiel a la alianza. En una segunda lectura, son las grandes ciudades
actuales que se han rebelado contra el Señor y contra su Cristo.
Conocer a los Padres de la Iglesia
2 S Hahn, Roma, dulce Hogar , p. 48.
Además de la Sagrada Escritura, conviene leer a los Padres de la Iglesia. Paulo VI
dijo: Si alguien quiere comprender mejor el Concilio Vaticano II, debe conocer
primero a los Padres de la Iglesia, porque el concilio ha sido un regreso a las
fuentes de la vida cristiana, un retorno al espíritu de las primeras comunidades, un
contacto con los grandes testigos de la predicación apostólica y con los
constructores del pensamiento cristiano. Los Padres de la Iglesia, con su vida y
con sus escritos, nos han dejado una herencia fundamental para interpretar la
Biblia.
Para revitalizar la enseñanza cristiana, se ha de intensificar la lectura de la Biblia,
y para ello, nos podemos valer de la exegesis clásica del cristianismo. Es
alentador ver que hoy en día existe un anhelo creciente por acceder a esos textos
espirituales sólidos y duraderos, que durante siglos han vigorizado a la Iglesia.