Leer la Biblia 1
¿Sabes leer la Biblia?
Rebeca Reynaud
La palabra “Biblia” viene del griego y significa “libros”. Es el conjunto de Libros Sagrados lla-
mados también “Sagradas Escrituras” que contienen la Palabra viva de Dios y narran la His-
toria de Salvación”. Nos revela las verdades necesarias para conocerle, amarle y servirle.
La Biblia se divide en dos partes: Antiguo Testamento (antes de Cristo) y Nuevo Testamento
(plenitud de la promesa en Cristo). “Testamento” significa “alianza” y se refiere a las alianzas
que Dios pactó con los Israelitas, en el Antiguo Testamento, y la nueva y definitiva alianza
que Dios hizo con los hombres a través de Jesucristo.
Decimos que es revelación de Dios porque revelación significa darse a conocer. A través de
todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice una sola palabra, su Verbo (Jesucristo).
¿Quién escribió la Biblia?
La Biblia es la Palabra de Dios, su autor es Dios que escribe por medio de los autores huma-
nos (hagiógrafos). Muchos de los libros llevan el nombre del hagiógrafo, otros, no.
¿Cuando se escribió la Biblia?
Fue un largo proceso que comenzó unos 1300 años antes de Jesucristo. El último escritor
fue San Juan, del año 100 aproximadamente.
Libros que nos revelan la vida y enseñanzas de Jesús
La vida y enseñanzas de Jesús fueron transmitidas por los Apóstoles por medio de dos vías:
a) Por la Tradición que recoge el mensaje comunicado primero oralmente. La Tradición la
forman, entre otros, los Padres de la Iglesia.
b) Conocemos a Jesucristo por el Nuevo Testamento procedentes de los Apóstoles. Dentro
de esos libros, los evangelios ocupan el lugar preeminente. San Justino mártir les llama «re-
cuerdos de los Apóstoles» o «Evangelios» ( Apología I, 66,3). Los años del primer siglo se
corresponden genéricamente con los tres momentos que hay que atender en la formación de
los evangelios: vida de Jesús (1-30), predicación apostólica (30-60) y composición de los
Evangelios (años 60-90).
La Iglesia nos anima a leer la Biblia
La Iglesia no cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la
Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin ce-
sar su alimento y fuerza, porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo
que es realmente: la Palabra de Dios (Tesalonicenses 2,13). En los libros sagrados, el Padre
que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos.
Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la
Iglesia, y firmeza de fe.
Los evangelios
Si nos preguntaran qué son los evangelios probablemente tendríamos que decir: una historia
de Jesús que me dice también cómo debe ser la mía. Los evangelios nos hablan de Cristo
como el Dios vivo y presente, el Dios que nos ama y sana a través del dolor. Jesús no llama
a seguir la Ley, sino a sí mismo; es decir, estamos llamados a vivir el Evangelio con el poder
y la ayuda del Espíritu Santo. Así hicieron los santos, y todos estamos llamados por Dios a
ser santos.
Las perícopas de la Escritura
El texto de la Biblia está dividido en perícopas o pasajes, que comprenden diversos versícu-
los. A cada una de estas perícopas les precede un título, por ejemplo “Genealogía de Jesús”
(Mateo 1,1).
Jesús le dice a sus discípulos que han de ser sal y luz. La sal simboliza la alianza, la paz (Lv
2,13; 2 Cr 13,5) y la pureza (2 R 2,20-21; Ez 16,4), pero la frase de Cristo señala también la
pertenencia del discípulo al mundo y al mismo tiempo su distintividad (Mt 5,13). Estas imáge-
nes señalan a los discípulos en su calidad de Nuevo Pueblo.
En una parábola, cuando el hijo pródigo regresa, su padre le da el mejor vestido, el anillo y el
banquete de fiesta, que son símbolos de una vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es
la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el co-
razón de Cristo , que conoce las profundidades del amor de su Padre , pudo revelarnos el
abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza» ( CEC,
1439).
El tercer Evangelio, el de San Lucas, nos presenta a la Madre de Cristo con una luz peculiar,
desvelando con exquisita delicadeza rasgos de la grandeza y hermosura del alma de Santa
María. Ningún personaje de la historia evangélica fuera naturalmente de Jesús es descri-
to con tanto amor y admiración como Santa María. Probablemente por estas circunstancias
se consideró a San Lucas como pintor de la Virgen. Si leemos el Evangelio de seguido ve-
mos que ninguna criatura humana ha recibido gracias tan altas y singulares como María: es
la «llena de gracia»; el Señor está con ella; ha hallado gracia ante Dios; concibió por obra y
gracia del Espíritu Santo, y fue Madre de Jesús, sin dejar de ser Virgen; íntimamente unida al
misterio redentor de la Cruz, será bendecida por todas las generaciones, pues el Todopode-
roso hizo en Ella grandes cosas.
Scott Hahn, teólogo norteamericano convertido al catolicismo, cuenta que un amigo protes-
tante le decía:
“Los católicos adoran a María”.
Él contestó:
“No la adoran, la veneran”.
Respondió el amigo:
Eso no tiene base bíblica.
Entonces, ¿por qué se lee en el Evangelio: “por eso desde ahora me llamarán bienaventu-
rada todas las generaciones” (Lucas 1, 48).
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