7. TRES PARÁBOLAS
«En aquel tiempo, dijo Jesús: El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en
el campo: el que lo encuentra, lo esconde y, lleno de alegría, va vende todo lo que tiene y
compra el campo. El Reino de los Cielos se parece al comerciante de perlas finas, que al
encontrar una de gran valor, va vende todo lo que tiene y la compra. El Reino de los Cielos se
parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces; cuando está llena,
la arrastran a la orilla, se sientan y echan los buenos en cestos y los malos los tiran» (Mt 13,
44-52).
EL EVANGELIO, según San Mateo , relata, en un lenguaje puramente figurativo, tres
parábolas que recogen imágenes apocalípticas populares de las costumbres y hábitos de la
época de Jesús. El proceder con el tesoro encontrado refleja la legislación hebrea del momento;
si, en efecto, el hombre lo hubiera declarado inmediatamente, habría sido para el propietario
del terreno.
Jesús con estas parábolas, interpela a los discípulos, que son los que escuchan el
sermón de la montaña y lo ponen en práctica; son quienes han tomado opción por el Reino de
los cielos. Les hace una reflexión sobre la "actitud ejemplar" que han de procurar al descubrir
el Reino; los invita a distinguir su valor supremo dentro de una escala de valores. Las dos
primeras parábolas, coincidentes en el mismo trasfondo, indican que, el que encuentra algo
valioso, va y vende cuanto tiene para conseguirlo. La tercera, que añade su explicación, trata
de pesca y de selección del pescado; expresa la misma idea que la parábola de la cizaña y su
aplicación escatológica de que, igual que el hombre separa lo bueno de lo malo, el Juez
Supremo lo hará también con los justos y los impíos; y eso no es el discípulo quién ha de
determinarlo, es competencia exclusiva de Dios. La parábola no tiene, pues, sentido
conminatorio, sino disuasivo; no busca amenazar con un castigo, sino mover al discípulo a
actuar con rectitud. En el Pueblo de Dios puede crecer la cizaña y aparecer peces desechables
que obstaculicen la utopía del Reino. Los peces malos tal vez sean personas éticamente
buenas, como eran los fariseos, perfectos e intachables cumplidores de la ley de conciencia,
pero son fundamentalistas, cizaña y malos peces. Aquí, la división en buenos y malos no es de
naturaleza ética, sino religiosa.
Al final, les pregunta: ¿Habéis entendido todo esto? Y Mateo, señalando que los
discípulos son los que entienden a Jesús, da la respuesta. La enseñanza finaliza con una
observación sobre la tarea y función del discípulo en cuanto persona experta en la
interpretación de la Biblia, por lo que el término letrado designa, en efecto, al discípulo; muy
probablemente, ello oculta una crítica a los sabios y entendidos judíos. En la referencia a lo
antiguo, se adivina fácilmente que es la tradición; y lo nuevo, el descubrimiento de Jesús y la
comprensión de la perspectiva abierta por su palabra y su obra.
Estas parábolas exhortan al discípulo de Jesús a adoptar una escala de valores, le
muestran cuál debe ser su condición y calidad de actuación. “Vosotros, ante todo, buscad el
Reino de Dios (Mt 6,33), ahí está el valor primordial, para todo el que quiera seguir a Jesús; el
que lo encuentra, corre lleno de alegría, lo deja todo y se queda con Él.
El Reino es el regalo más increíble del amor del Padre, es lo único que trasmite la
verdadera alegría, la alegría que vale más que la vida. El amor del Padre, que se nos da en
Jesús, es el mayor tesoro del cristiano; el hallazgo lo llena de alegría, corre, da todo lo que
tiene y lo acoge de modo que nada ni nadie pueda apartarlo del amor del Padre manifestado en
Cristo Jesús. Sólo Dios y su Reino pueden sostener la verdadera alegría. Santa Teresa, que
sabía mucho de alegría, escribió: “Quien a Dios tiene / Nada le falta/ Sólo Dios basta”. Sólo Él,
porque es la causa de nuestra vida; la unión con Dios mediante Jesucristo es el centro del
Reino en esta tierra y en el cielo.
Jesús proclamó en Galilea la llegada del reinado de Dios, en efecto, el contenido de su
Evangelio. Enseñó tal misterio en el lenguaje de la gente, con hermosas parábolas, que
trasmitían, a través del símil y comparación, “el Reino se parece a” “es semejante a” o “sucede
como”, la idea del Reino. El Maestro indica que no es una posesión, una propiedad adquirida,
sino un encuentro que obliga a una decisión, a enrolarse decididamente en una dinámica y
comenzar a vivir una vida nueva. Es la Buena Noticia que trae. Entrar en el reinado de Dios es
tomar parte en la historia de salvación. Se trata de una vida insospechada, que no se alcanza
por méritos y trabajos, sino, sólo, por un encuentro y adquisición verdaderamente gratuitos.
De ahí, la gran alegría, porque es inapreciable, no tiene precio; un bien que no se puede
comprar ni producir, es realmente lo que vale.
El hombre busca el tesoro de su vida, no sabe dónde está, ni tan siquiera si existe, sólo
sabe que lo necesita, que siente la inquietud en su interior: "Donde está tu tesoro allí está tu
corazón". Busca incesantemente, anda desorientado y errático, se agarra al dinero, al poder, a
la fama, a la droga, etc., pero el verdadero tesoro no está en esas cosas, sino el mismo Dios.
Escondido en nuestro mundo, cubierto por la carne crucificada de Jesús de Nazaret, oculto
entre los pobres, identificado con ellos, está el tesoro ansiado. Es ahí donde Dios se ofrece a
los que lo buscan. Dios mismo se hace el encontradizo en el oprimido, en el desechado, aquí en
medio de nosotros, en el hermano necesitado, en Jesucristo. Ahí está el tesoro escondido que
da sentido a su vida, el tesoro del hombre es el amor de Jesús; indica la inspiración y la
alegría, que se debe experimentar cuando se encuentra la gracia de Dios, por lo que se va,
vende sus bienes materiales y con el dinero obtenido compra aquel campo donde está el
tesoro, y para disfrutarlo ha de tomar la decisión de sacrificar todos sus bienes mundanos y
hacerse con el tesoro del Reino de Dios.
Camilo Valverde Mudarra