¿Puede haber bioética sin Dios?
P. Fernando Pascual
2-7-2011
Hay una pregunta que surge ante programas, conferencias y clases de bioética que buscan explicar
esta materia como si fuese algo plenamente racional y abierto a todos: ¿puede existir una bioética
sin Dios?
La respuesta exigiría un camino largo de desarrollo. Pero a modo de breve inicio, podríamos decir
que no, porque no puede darse una ética completa sin abrirse a la espiritualidad humana, y porque
no se llega a fundar bien la espiritualidad sin reconocer a Dios.
La ética supone, en primer lugar, que el hombre puede conocer de un modo superior al sensible. No
se limita a ver, a oler, a gustar, a tocar. Va más allá de lo que oye y mira, puede pensar desde ideas
universales, está abierto a la verdad.
La ética supone, en segundo lugar, que el hombre puede decidir desde principios superiores, que
van más allá del gusto inmediato, del ronroneo del estómago, de la avidez de los ojos. Por tener una
inteligencia y una voluntad podemos decir “no” a los caprichos y “sí” a la verdad, al bien, a la
justicia, al amor. Por desgracia, también ocurre lo contrario, pero entonces actuamos de modo
injusto, malo, destructivo.
Desde estas dos suposiciones, hace falta dar un paso ulterior: si pensamos, si decidimos más allá de
lo material, es porque somos espirituales. Admitir la espiritualidad nos pone por encima de los
átomos y de los campos magnéticos. Además, nos abre al horizonte de Dios, el único ser que puede
dar origen a seres dotados de espiritualidad, capaces de vivir éticamente.
La explicación queda, así, esbozada en su forma más esquelética, pero no por ello menos verdadera.
Si no hay ética sin espiritualidad, y sin no hay espiritualidad sin Dios, entonces no puede haber
bioética sin Dios.
Por eso resulta anómalo intentar construir una sana bioética sin Dios, como si bastase con hacer
girar, en torno a ella, datos de la medicina, de la biología, del derecho, de la antropología, y de otras
disciplinas implicadas.
El hombre no se comprende a sí mismo sin reconocer su origen en Dios y su orientación a continuar
su existencia tras la muerte. Admitirlo no sólo como presupuesto, sino como auténtica columna
vertebral de la propia reflexión, hará posible que la bioética no quede coja o mutilada, sino que
refleje de modo más perfecto un objetivo irrenunciable: promover el respeto a la vida humana y a
otras formas de vida relacionadas con el hombre desde un fundamento rico e indestructible: Dios.