Ante una pregunta
P. Fernando Pascual
2-7-2011
Leo un texto. Salta a la vista una pregunta. No hay respuesta. La mente empieza a trabajar.
¿Por qué hay ocasiones en que las preguntas estimulan tanto? Quizá porque el tema interesa. Otras
veces, porque el que lanza la pregunta es un amigo necesitado, o un conocido que cuestiona algo
que para mí es importante, o simplemente alguien que quiere “retarme” para ver hasta dónde puedo
llegar en las respuestas.
Ante una pregunta, el corazón empuja a la mente a la búsqueda de soluciones. Abro libros. Uso
buscadores en Internet. Llamo quizá a un conocido que es “experto”. Estoy en camino.
La situación se hace dramática cuando no aparecen senderos para resolver la duda. Existen tantos
puntos oscuros, misteriosos, en el mundo de la ciencia, de la historia, de la psicología, de la
medicina, de la política, de la religión...
La pregunta ha quedado allí, sobre la mesa. Quizá brilla todavía en la pantalla de un mensaje
electrónico. No podemos quedarnos pasivos ante ella: alguien busca, alguien pide, alguien desea
una ayuda. Quizá ese alguien tiene la respuesta, pero al menos desea estimular a quienes le
escuchamos.
Es el momento de pensar, de buscar, de emplear tiempo y energías en la búsqueda de respuestas.
Causa inquietud no poder dar con la salida a la oscuridad de una duda. Sentimos temor al suponer
que a veces nos conformamos con pseudorespuestas engañosas. Deseamos arribar a un puerto
seguro y firme, el de respuestas verdaderas o, al menos, cercanas a lo más exacto.
Has formulado una pregunta. Has clavado un aguijón en mi alma. Si quieres, juntos nos ponemos en
camino para buscar respuestas: también necesito que me ayudes. Avanzamos así, poco a poco, hacia
verdades, con el corazón anhelante de salir de dudas y de alcanzar certezas buenas.