Guarda del corazón
Rebeca Reynaud
Las batallas de Dios se ganan o se pierden en el corazón.
Evagrio Póntico, autor del siglo IV, es quien hizo la primera lista de pecados
capitales, denominándolos vicios malvados . En lugar de siete, los pecados
nombrados por Evagrio eran ocho: gula o gastrimargia , lujuria o fornicatio , avaricia
o philargyria , tristeza o tristitia , vanagloria o cenodoxia , ira, orgullo o superbia y
apatía o acedia . Más tarde la acidia y la tristeza se juntaron con la pereza.
El término acidia es un legado griego. Se deriva de akedia, que significa falta de
cuidado. Hace referencia a la falta de cuidado en el orar y cumplir con el trabajo del
día. Es tan grande la fatiga interior, que se experimenta odio por el lugar y por los
compañeros. Lo único que se desea es salir corriendo y dejar todo atrás. La acidia
es la falta de gozo por las personas y por el trabajo. El amor se enfría y sobreviene
una tristeza profunda que lleva a pensar “ya no más”. Esto puede provocar que el
hombre se aleje de lo que le entristece o bien que volteé hacia otro lado buscando
cosas nuevas que le produzcan placer. A esto habría que anteponer lo que
Benedicto XVI sugiere en su encíclica sobre el amor, pedirle a Dios ayuda para
decir: “no más yo”.
La lucha tiene un frente dentro de nosotros mismos, el frente de las pasiones. Toda
persona experimenta que el corazón a veces se desordena. Se trata de guardar el
corazón de lo malo, pero no se trata de guardarlo por guardarlo . Podemos
experimentar la rebelión del cuerpo, pero para eso están la inteligencia y la
voluntad. Al tratar a Dios no prescindimos de los afectos del corazón; más aún,
procuramos centrarlos en Él. Hay que procurar una o ración cálida, huir de la
frialdad de corazón y del sentimentalismo.
Dios Padre le dijo a Santa Catalina de Siena: “Mis servidores tienen penas
corporales, pero su espíritu está siempre libre, quiero decir, que no tienen ninguna
tristeza de sus penas, porque su voluntad está acorde con la mía” ( Diálogo, XV,
45).
El corazón es, en la tradición bíblica y cristiana, el lugar donde residen el
entendimiento y la voluntad, los criterios, las actitudes, la mentalidad de cada uno
de nosotros; a diferencia de la actualidad donde se suele considerar al corazón
como el lugar de los sentimientos y emociones.
La palabra "corazón" aparece 873 veces en la Biblia, porque lo que Dios quiere,
realmente, es nuestro corazón. Así, dice el Deuteronomio: Amarás a Yahveh tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. (Dt 6: 5-6). También:
Cuidad bien que no se pervierta vuestro corazón y os descarriéis a dar culto o otros
dioses, y a postraros ante ellos (Dt 11:16). El Libro de I Crónicas dice: Bien sé,
Dios mío, que tú pruebas los corazones y amas la rectitud; por eso te he ofrecido
voluntariamente todo esto con rectitud de corazón, y ahora veo con regocijo que tu
pueblo te ofrece espontáneamente tus dones (29:17). El profeta Ezequiel escribe:
Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne
el corazón de piedra y les daré un corazón de carne (11:19).
En el Nuevo Testamento, San Mateo escribe: Porque donde esté tu tesoro, allí
estará también tu corazón. En los Hechos, San Lucas dejó escrito:La multitud de los
creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus
bienes, sino que todo era en común entre ellos (4:32). San Pablo, en la carta a los
Colosenses dice: Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no
para los hombres (3:23). La carta de Santiago instruye así: Si alguno se cree
religioso, pero no pone freno a su lengua sino que engaña a su propio corazón, su
religión es vana (1:26).
Juan Pablo II dijo en Francia : Toda la historia de la humanidad es la historia de
la necesidad de amar y de ser amados… El corazón es la apertura de todo el ser a
la existencia de los demás, la capacidad de adivinarlos, de comprenderlos. Una
sensibilidad así, auténtica y profunda, hace vulnerable. Por eso, algunos se sienten
tentados a deshacerse de ella, encerrándose en sí mismos… Jóvenes de Francia:
¡Alzad más frecuentemente los ojos hacia Jesucristo! El es el Hombre que más ha
amado, del modo más consciente, más voluntario, más gratuito… ¡Contemplad al
Hombre-Dios, al hombre del corazón traspasado! ¡No tengáis miedo! “Jesús no vino
a condenar el amor, sino a liberar el amor de sus equívocos y de sus falsificaciones.
Fue él quien transformó el corazón de Zaqueo, de la Samaritana y quien realiza,
hoy todavía, por todo el mundo, parecidas conversiones. Me imagino que esta
noche, Cristo murmura a cada uno y a cada una de entre vosotros: “¡Dame, hijo
mío, tu corazón!”. Yo lo purificaré, yo lo fortaleceré, yo lo orientaré hacia cuantos lo
necesitan: tu propia familia, tu comunidad, tu ambiente social… El amor exige ser
compartido”. Sin Dios el hombre pierde la clave de sí mismo, pierde la clave de su
historia. Porque, desde la creación, lleva en sí la semejanza de Dios” (nn. 5 y 6).
El tiempo de oscuridad es un estado de desolación, de acedia y apatía. Un fracaso,
una decepción, un hecho doloroso, pueden llevarnos a la oscuridad y al
abatimiento. Es el momento de recordar que esos estados no son permanentes, son
parte de la vida. Una de las tentaciones más fuertes en este tiempo es la de creer
que la tristeza no pasará nunca.
El mundo se divide en dos grandes partes: las personas que aman a Dios con todo
su corazón, porque lo han encontrado, y las almas que lo buscan con todo su
corazón, pero que todavía no lo han encontrado. A los primeros el Señor les
manda: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón; a los segundos les
promete: Buscad y encontraréis.
Salvador Canals dice: Pregúntate a cuál de esas dos partes perteneces para saber
lo que tienes que hacer. Y no olvides que, si sientes que te falta algo, lo que en
realidad te falta es Dios Nuestro Señor, que no está presente todavía en tu vida o
que no lo está con la debida plenitud. Quiero recordarte una verdad muy sencilla, el
corazón del hombre ha sido creado para la felicidad y no para la mortificación, para
la posesión y no para la renuncia. Y esta exigencia de felicidad y de posesión es ya
una realidad preciosa aquí sobre la tierra; una preciosa y bellísima realidad que,
para manifestarse, no espera a nuestra entrada en el paraíso.
Si el corazón humano ha sido creado para la felicidad, felicidad que debe comenzar
aquí abajo, sobre la tierra –y ésta se halla solamente en Dios–, tienes que admitir
que el sendero que a ella conduce no puede ser otro que el de la guarda del
corazón.
La ciencia de la guarda del corazón se compone de orden y de lucha, de defensa y
de ataque, de conocimiento y de decisión, de renuncia y de sufrimiento; pero todo
se ordena hacia la felicidad y hacia su posesión.
Guardar el corazón quiere decir conservarlo para Dios, vivir de modo que nuestro
corazón sea su reino... Guardar el corazón quiere decir también amar con pureza y
con pasión a quienes debamos amar, y excluir al mismo tiempo los celos, las
envidias y las inquietudes, que son causas ciertas de desorden en el amar. Si
imaginamos al corazón como un campo de batalla, podemos decir que esa ciencia
ensena a vivir continuamente como los centinelas en las avanzadas.
Verdad es que el camino no es fácil, pero cuando el corazón ha alcanzado la
purificación completa, Dios nuestro Señor, con su presencia y con su amor, ocupa
el alma y todas sus potencias: memoria, inteligencia, voluntad. Y de este modo la
pureza del corazón conduce al hombre a la unión con Dios.
En la escuela del corazón podemos aprender, en un instante, más cosas de cuantas
nos puedan enseñar en un siglo los maestros de la tierra. Sin la guarda del corazón,
por más que queramos empeñarnos, no llegaremos nunca a la santidad (Salvador
Canals , Ascética meditada, Ediciones Rialp, 1962).
«La guarda del corazón, el examen de si mismo y el discernimiento, son las tres
virtudes que guían al alma» (Sentencia de los Padres del desierto).