¿Qué es el pecado?
El hombre que quería ser culpable
Pbro. José Martínez Colín
1) Para saber
Cuando alguien tiene un dolor corporal, es síntoma de que
algo no va bien: un golpe sufrido, una enfermedad, un desorden
para el organismo. Aunque nadie desea el dolor, no podemos
olvidar que es muy necesario para detectar el origen del mal. Ese
dolor nos avisa y nos dirige a la causa que hay que combatir. En el
plano moral sucede algo parecido, donde ese dolor equivaldría al
remordimiento o el sentimiento de culpa.
Cuando una persona dice que siente algún remordimiento, la
solución no está en que lo ignore. Así como no basta eliminar con
una pastilla un dolor, sino que hay que extirpar la causa, así sucede
con el sentimiento de culpa, se precisa saber qué la ocasiona para
no provocarlo.
2) Para pensar
El pensador Alfonso Aguiló comentaba sobre una novela del
danés Henrik Stangerup llamada: “ El hombre que quería ser
culpable ”, la cual es una interesante reflexión sobre el sentido de
culpa.
Se trata de un hombre llamado Torben que comete un
asesinato al matar a su esposa. Reconociendo su culpa pretende en
vano que los responsables de la justicia lo reconozcan como
culpable. Sin embargo, le dicen que su acto no fue un crimen, sino
un lamentable accidente provocado por las circunstancias. Incluso le
aseguran que se vio forzado por la sociedad, que es la única
verdaderamente culpable. Enseguida le dejan en libertad e intentan
hacerle olvidar todo recuerdo de su mujer para que no sufra de ese
“complejo de culpabilidad”.
Sin embargo, él sabe que ha matado a su mujer en un acceso
de cólera y embriaguez, es culpable y quiere pagar por ello. A lo
largo de la novela, el protagonista irá enloqueciendo de verdad,
pues aunque intenta sin éxito probar que es culpable de esa
muerte, se siente abrumado porque le han quitado los fundamentos
de su responsabilidad personal. Paradójicamente, al exculparlo, le
han quitado su libertad, pues le argumentan que no obra por sí
mismo.
Para Torben, el único modo de resolver su problema es
logrando ser perdonado y, como la fallecida ya no puede hacerlo,
busca algo que repare su culpa: mientras no lo consiga, se siente
anulado como persona. Y es que ahogando la culpabilidad de la
persona se llega a ahogar a la persona misma.
El mensaje del libro es claro: el hombre no puede perder el
sentido de culpa o la noción del mal, pues acabaría también por no
poder hablar ya del bien y de libertad.
3) Para vivir
El mal no es requisito para exista el bien. Pero las acciones del
hombre, al ser libres, corren el riesgo de no ser dirigidas al bien, es
decir, pueden ser desordenadas. En términos religiosos, eso es el
pecado . San Agustín nos dice que el pecado consiste en alejarnos
de Dios para dirigirnos a las criaturas. Ahí está el desorden: hemos
sido creados para el bien, para Dios que es el Sumo Bien, y nos
apartamos de Él para preferir un bien mucho menor.
Es un peligro, pues, dejar de calificar a las acciones como
malas o pecaminosas, pues entonces, como un tumor, el mal irá
creciendo sin ponerle remedio.
San Basilio Magno nos da una acertada definición: “En esto
consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la
voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar
el bien” (Regla monástica, respuesta 2, 1).
Afortunadamente la culpa tiene un remedio: ser perdonados
por el prójimo y por Dios en la confesión.
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