Mentiras con despojos de verdades
P. Fernando Pascual
12-6-2011
La mentira dispone de un ajuar muy amplio de posibilidades. Una consiste en mezclar datos
verdaderos y datos falsos, hechos concretos e interpretaciones arbitrarias, aspectos reales y
exageraciones.
Pensemos, por ejemplo, en un debate sobre el aborto. Alguien dice que en su país mueren cada año
miles de mujeres por culpa de los abortos clandestinos. Sabe que exagera, miente a propósito para
impresionar a los oyentes y promover así la legalización del aborto.
Si alguno le objeta que miente, que no mueren miles de mujeres, pues las estadísticas sanitarias del
país constatan que al año mueren unas 300 mujeres por situaciones relacionadas con el embarazo
(incluyendo el aborto), el mentidor responderá: “aceptemos que no son miles, pero no podrás negar
que el problema existe y que mueren mujeres por culpa del aborto clandestino”.
La mentira inicial ha sido rebatida, pero el mentidor no deja de insistir en su idea. Reformula su
tesis desde un dato más cercano a la verdad, con lo que espera superar a quien le ha corregido.
Disimula, de esta manera, su mentira anterior, pero sin pedir perdón y sin sentirse “rebajado” al ser
descubierto en su falsedad. Simplemente, cambia de trinchera y sigue con su proyecto: convencer a
la gente de que el aborto es una “solución” a un grave problema social.
Este modo de actuar se da en muchos temas y en muchas situaciones. Los mentidores que mezclan
verdades y mentiras saben que podrán recurrir, cuando sea necesario, a una trinchera que les
“salve”, mientras habrán sembrado en muchos corazones la mala semilla de su primera mentira.
A estos mentidores, sin embargo, hay que desenmascarlos en toda su malicia. No puede aceptarse
nunca el que alguien exagere, intencionalmente, un dato para promover una idea; más cuando esa
idea es claramente injusta, como ocurre con algunos defensores del aborto, que inventan cifras para
presionar a favor de la legalización del aborto.
Por lo mismo, en cualquier discusión hace falta no sólo denunciar este tipo de tácticas maliciosas,
sino castigar, de maneras adecuadas, a quienes actúan así. Tal vez el castigo consista simplemente
(y ya es mucho) en imponer al mentiroso la obligación de repetir las veces que sea necesario que lo
que antes dijo era falso, o en reducir sus posibilidades de hablar públicamente si antes no da
muestras de haber cambiado de actitudes.
Esto vale no sólo cuando se promueven ideas malas, sino también cuando alguno piensa que puede
usar esta “táctica” para promover una causa buena. Luchar contra el hambre en el mundo no otorga
un permiso especial para inventar cifras falsas. Jamás una mentira puede ser usada para promover la
justicia: ni por el bien de la patria, ni para defender los derechos de minorías, ni para promover un
sistema político mejor organizado.
Basar las relaciones humanas en la verdad permite construir en positivo, aumenta la confianza
mutua, y nos lleva a conocer mejor cómo están realmente las cosas que necesitan ser arregladas.
Desde luego, no siempre será posible adquirir datos precisos, pero al menos dejaremos de lado
falsificaciones maliciosas y tendremos la mente más disponible para investigar seriamente las
distintas situaciones humanas, en la búsqueda común de soluciones justas y eficaces que puedan
aliviar los sufrimientos de tantos millones de seres humanos.