"Nadie os quitará vuestra alegría"
(Jn 16,22)
Felipe Santos, SDB
Compara Jesús su muerte y resurrección
a los dolores de parto de una mujer y al
gozo de ésta cuando tiene a su criatura
entre los brazos. Cuando los discípulos
vean el triunfo de Jesús y su presencia en
medio, su alegría será permanente. Vive
con alegría. La alegría es la mejor
respuesta que puedes dar a Dios, la
mejor fragancia que puedes ofrecer a los
demás, el mejor abrazo que te puedes
dar.
Señor, cada día me miras a los ojos para
ver si estoy alegre. Señor, cada día
vienen a mí los tristes, ayúdame a darles
tu alegría.
Ayer comentábamos el impacto de las palabras
contrastantes de Jesús. Hoy, ese contraste se
plasma en un acontecimiento de la vida
ordinaria: El parto. Todos sabemos que el dolor
de parto es fuerte y angustioso, pero que se
transforma en gozo y alegría al nacer el bebé,
la nueva criatura. Con este ejemplo Jesús nos
da a conocer que, a pesar de las dificultades y
contrariedades que pueda traernos la vida,
siempre habrá una luz al final del camino, que
nos brinda esa esperanza que es lo último que
se pierde. La vida del cristiano no acaba con la
muerte. La vida de Jesús no se acabó con la
muerte sino que, por el amor del Padre, Jesús
resucitó y sigue vivo hoy en nuestras
comunidades, en nuestra Iglesia. Cada uno de
nosotros está llamado a seguir siendo testigo
comprometido de esa vida para los demás, a
seguir generando vida a pesar del doloroso
parto. Pero, ¡dichoso desenlace! La tristeza se
convierte en alegría. Pidamos al Espíritu del
Resucitado que siga acompañando nuestro
peregrinar y nos dé la capacidad de brindar
alegría al prójimo.