"Yo soy la puerta: quien entra por mí, se
salvará" (Jn 10,9)
Felipe Santos, SDB
Las palabras y los gestos de Jesús desvelan un
entrañable amor por el pueblo, son una denuncia
contra los que abusan de los indefensos; su forma
de acercarse tan abierta, sincera y gratuita, abre
caminos de liberación. Ten hoy abierta la puerta de
tu vida, para recibir y para dar, para anunciar y
denunciar la extorsión y a la exclusión de los más
pobres.
Gracias, Jesús, por tu puerta abierta, por tus manos
y tu corazón abiertos. Gracias por tu eucaristía,
mesa abierta. Gracias por abrirnos tu corazón .
Jesús no es sólo la puerta del aprisco; también es el pastor,
y no un pastor cualquiera, como hay tantos, que a duras
penas ejercen su labor porque no tienen más qué hacer; él
es bueno, sabe lo que necesita cada oveja, sabe en qué
condición se encuentra cada una, las conoce por su
nombre, las llama y ellas le siguen sin temor ni
desconfianza.
Ya el Antiguo Testamento había aplicado a Yahvé esa
imagen del pastor ideal, único capaz de defender hasta el
límite a sus ovejas; ello porque los pastores de carne y
hueso que estaban al frente del pueblo, no daban la talla,
descuidaban sus deberes y su función de guías.
Pues bien, esa es la realidad con la que se enfrenta Jesús:
Unos pastores codiciosos, envidiosos y abusivos, que “no
respetan ni a Dios ni al prójimo” y que, sin embargo, están
ahí, haciendo creer que han sido designados por Dios y
que, antes que nada, son servidores suyos. En contraste
con esos pastores, Jesús se presenta a sus seguidores
como el verdadero y único pastor bueno, porque está en
capacidad de dar hasta su vida por sus ovejas.