La pereza se paga caro
P. Fernando Pascual
7-5-2011
Voy a buscar un plato en el armario de la cocina. Abro la puerta más cercana. Los platos quedan del
otro lado. Para no abrir la otra puerta del armario, prefiero meter la mano por la izquierda y sacarlos
de lado. En mi movimiento, el plato choca contra un vaso que cae al suelo hecho pedazos.
Escenas como la anterior ocurren con frecuencia. Para ahorrar esfuerzos al final provocamos daños
que nos llevan a trabajar el doble o incluso más. Sólo cuando vemos el estropicio recapacitamos:
“¡con lo fácil que hubiera sido abrir la otra puerta y sacar el plato con más seguridad!”
Detrás de la pereza se esconden, muchas veces, prisas y deseos de lograr resultados fáciles. Por lo
mismo, si quitamos las prisas y si tenemos una actitud interior de sana prudencia y de
disponibilidad al esfuerzo, lograremos no sólo que no caigan vasos (o relojes, o cuadros, u otros
objetos de valor) sino que las cosas salgan un poco mejor en casa, en la oficina, con los amigos.
Recordar que la pereza se paga caro nos lleva a buscar la actitud contraria: diligencia. Desde la
misma podremos reflexionar con calma qué camino es más seguro, cómo coordinar nuestros
movimientos, qué prevenciones hay que seguir para no dañar a otras personas. Nuestros ojos y
nuestras manos colaborarán para que los gestos y las palabras sean adecuadas, para que los
resultados se consigan con menos peligros y sin perjudicar a nadie.
De un modo tan sencillo, conseguiremos que ese “plus” de tiempo y de energías que ponemos en
cosas pequeñas (traer un plato de la cocina al comedor) o en cosas grandes (comprar este objeto
ahora o dejarlo para una mejor situación en la economía familiar) produzca un buen rendimiento.
No perdimos tiempo, lo invertimos de un modo más inteligente y productivo.
No siempre, es justo recordarlo, saldrán las cosas a la perfección: al abrir la otra puerta del armario
a veces chocaremos con la esquina de un cuadro que descolocó un familiar inquieto. Las
coincidencias llevan a imprevistos y sorpresas a veces dolorosas. Pero al menos tampoco lloraremos
por haber sido precipitados y perezosos. Lo cual, en un mundo donde la propaganda hace que todo
parezca fácil y donde nuestro propio cuerpo busca siempre el mínimo esfuerzo, ya habrá sido una
conquista importante.