HOMBRE NUEVO
Nunca cantaba tu guitarra.
No servía para cantar.
Mas para acompañar sí que valía.
Sí que servía para eso.
Encendía su fondo decolores
Y al punto convocaba un arco iris.
También servía, claro,
Para el silencio.
Unía sus bordones entorchados de soledad
Y se hacía hasta trescientos nudos en la garganta.
Y callaba. Y callaba por un siglo
Y, a veces, hasta dos.
Aunque también solía sollozar
Como el mar. Y se iba
Por los rincones de sus acantilados,
Escondiendo la honda herida de su pecho.
Tal vez, por eso, tu guitarra aún
Sigue con su hermana el arpa: espera,
Está esperando el fuego de unas manos
Que la levanten viva cual la antorcha
Del hombre nuevo que de sus cenizas
Salte al fulgor de la otra claridad.
Felipe Santos, padrecito salesiano