El Sacramento del Perdón
Rebeca Reynaud
Hay que considerar que la Penitencia o Confesión sacramental tiene una seriedad
profunda porque restablece la pureza del Bautismo . Así lo dice un escrito
antiguo, el llamado Pastor , de Hermas, compuesto en el género apocalíptico
probablemente hacia la primera mitad del siglo II. Sobresale el tema de
la penitencia y del perdón, que podía ser obtenido una sola vez después del
bautismo, si uno se arrepentía sinceramente.
El Pastor trata de un esclavo –que es Hermas- vendido en Roma a una tal Rodas, y
esta mujer le da libertad. Tiempo después la encuentra bañándose en un río; le
ayuda a salir y al verla piensa: ―¡Qué mujer tan hermosa!‖. Tiempo después cae en
un sueño profundo y tiene una visión de esta misma mujer que le acusa:—―El mal
deseo subió a tu corazón‖. Plantea un problema de conciencia de pecado.
Los primeros cristianos se llamaban ―santos‖ porque habían sido purificados por
Cristo a través del bautismo. ¿Y si vuelvo a pecar? Dios concede una segunda
penitencia si hay arrepentimiento. La práctica penitencial del siglo II dice que un
bautizado no tiene por qué dar marcha atrás. El Sacramento de la Penitencia ya
existía en el bautismo, pero se extiende. Afirman que hay tres pecados que sólo se
pueden perdonar una vez: la apostasía, el adulterio y el homicidio.
Durante los tres primeros siglos la Iglesia tendrá tres tipos de
miembros: catecúmenos –los que se preparan para el bautismo;
los iluminados o santos o bautizados; y los penitentes , que se someten a
penitencia pública.
En la antigüedad la penitencia pública implicaba dejar los cargos públicos si se
tenían y hacerse indeseable a base de descuidar el aseo personal. Por eso muchos
preferían conservarse como catecúmenos. Constantino dejó su bautismo hasta el
momento en que sintió que la muerte estaba próxima, porque se predicaba mucho
sobre la gravedad de la pérdida de la gracia bautismal por el pecado. Osio de
Córdoba, asesor de Constantino, le aconsejó no bautizarse porque si pecaba debía
de dejar de ser emperador. Después de recibir el bautismo, dice Eusebio, llevó
vestiduras blancas ―pues ya no quería tocar púrpura alguna‖ (Eusebio, Vita Const 4,
62).
Tertuliano en el siglo II dice que la segunda penitencia es como la tabla de
salvación para el que se arrojó al mar del pecado. El bautismo había sido como la
entrada triunfal a la casa de la salvación; la segunda penitencia es entrar por la
puerta trasera y sin hacer gran ruido. Esta práctica dura así hasta el siglo VII;
cambia a partir de la evangelización del Norte de Europa. Entonces, se dará la
oportunidad de recibir la penitencia varias veces en la vida.
El IV Concilio de Letrán establece —en el siglo XII— que al menos una vez al
año el fiel se ha de acercar al Sacramento de la Penitencia. El Concilio Vaticano II
vuelve a su sentido sacramental y recuerda que es un momento de arrepentimiento
y reconciliación.
Recientemente, el Papa Benedicto XVI comentó la curación del ciego Bartimeo, un
episodio cuyo momento decisivo fue el «encuentro personal, directo, entre el Señor
y aquel hombre que sufría». (Mc 10,46-52). El relato es clave, pues «evoca el
itinerario del catecúmeno hacia el sacramento del Bautismo, que en la Iglesia
primitiva era llamado también ―Iluminación‖, y es que la fe es un camino de
iluminación». Empieza por «la humildad de reconocerse necesitados de salvación -
explicó- y llega al encuentro personal con Cristo, quien llama a seguirle en el
camino del amor‖. Recalcó el Santo Padre que el « redescubrimiento del valor
del propio Bautismo está en la base del compromiso misionero de todo
cristiano».
San Juan Crisóstomo dijo: ―Los sacerdotes han recibido un poder que el mismo Dios
no ha otorgado a los Ángeles o a los Arcángeles, son capaces de perdonar los
pecados‖.
Arrepentirse —afirma el filósofo Alfonso López Quintas ─ es un acto que implica
cierta dosis de creatividad. El que se arrepiente de haber adoptado una conducta
determinada asume su vida pasada como propia y decide configurar su vida futura
conforme a un proyecto existencial distinto. Estos dos actos sólo son posibles si uno
es capaz de sobrevolar su vida, valorarla, discernir si sigue una vía recta o falsa,
() sentirse responsable de las actitudes adoptadas en el pasado y estar dispuesto
a cambiarlas por otras más ajustadas a las exigencias de la propia realidad.
Juan Pablo II decía que la persona que sabe confesar la verdad de la culpa y pide
perdón a Cristo, acrecienta la propia dignidad humana y da muestras de grandeza
espiritual (Dublín, 29-IX-1979).