Ante los fracasos
P. Fernando Pascual
30-4-2011
Provoca un dolor grande en el alma: intentar una y otra vez algo que parece posible, y no
conseguirlo.
A veces el fracaso se produce por culpa de uno mismo: calculamos mal los medios, las energías, el
tiempo, las fuerzas físicas y mentales necesarias. Al final, la “realidad” se impone: fallamos.
Otras veces el fracaso surge desde las acciones u omisiones de otros. Habíamos supuesto que un
amigo iba a ayudar y no lo hizo. Luego buscamos otra persona, pero nos cerró la puerta. Llamamos
a un familiar, y nos dio largas.
Cuando llega el fracaso el corazón experimenta diversas reacciones. Hay quienes se resignan: ¿para
qué probar de nuevo? ¿Para qué ese desgastarse física y emotivamente con el riesgo de repetir una
derrota?
Pero hay también quienes se lanzan nuevamente a la lucha, una y otra vez. Como el animal atrapado
por una red, se mueven de mil maneras, casi con desesperación, para superar las dificultades y para
encontrar caminos concretos que permitan alcanzar las metas más deseadas.
Las dificultades y las derrotas pueden producir un efecto saludable en quien buscaba algo malo o
deseaba algo bueno pero de un modo no correcto. Con un sano espíritu reflexivo, uno puede
reconocer que actuaba de modo equivocado y que llega el momento de cambiar de ruta.
Otras veces buscábamos algo sano, algo bueno, algo justo, con medios adecuados y lícitos. Pero
llegamos ante un muro. ¿Qué hacer entonces? Quizá sea la hora para reflexionar en lo frágil que
somos, en lo complejo que es el mundo humano, en la necesidad de pensar mejor las cosas. Desde
la experiencia, podremos deliberar si seguimos adelante o si vale la pena orientar las energías hacia
proyectos más asequibles.
Un golpe fuerte en la vida puede convertirse, además, en la ocasión para reconocer que todo en
nuestro mundo es demasiado frágil como para aferrarnos a quereres no siempre asequibles. No sólo
por nuestra debilidad personal, ni por lo inesperado de las reacciones de otros, sino porque existen
mil hilos que hacen del mundo un hogar imprevisible y, en ocasiones, peligroso.
La vida sigue su marcha. Tras el fracaso, podemos mirar con esperanza el futuro y ver qué puertas
siguen abiertas. Quizá incluso lleguemos a descubrir que lo que muchos consideran derrotas
definitivas (la enfermedad, la muerte) no lo son. Al contrario, esos fracasos nos ponen ante un
mundo nuevo, en el que podemos ser acogidos por un Dios que consuela las lágrimas, que perdona
a los que se arrepienten de sus culpas, que abraza a los que supieron ayudar a tantos compañeros de
camino necesitados de una mano amiga en sus fracasos, tan semejantes a los nuestros...