Mentes retorcidas
P. Fernando Pascual
9-4-2011
Hay mentes retorcidas, llenas de rencores, de odio, de malicia. Mentes que buscan una y otra vez
cómo golpear al otro, cómo hundirlo, cómo terminar con él. Mentes que razonan incansablemente, a
veces desde muchos estudios y un excelente coeficiente intelectual, para encontrar argumentos con
los que destruir al “adversario”.
¿Por qué hay mentes tan destructoras? Los caminos pueden ser diferentes. En ocasiones ocurre algo
parecido a lo que le pasó al rey Saúl: envidia, miedo, rabia ante la posibilidad de que David sea
amado por el pueblo, de que se convierta en un rival. En otros casos, se trata de un deseo de
venganza: llegamos a pensar que el otro ha hecho algo malo y queremos destruirlo a cualquier
precio.
Hay situaciones en las que resulta difícil encontrar un motivo razonable: simplemente un corazón
desprecia a otra persona y desencadena una lucha rabiosa contra ella.
Cuando un ser humano sucumbe al dinamismo del odio y del desprecio, puede rebajarse a acciones
incluso delictivas. No se contentará sólo con difamaciones o con un modo sutil e ingenioso de
promover sospechas. Será capaz de levantar mentiras y calumnias para enlodar a quien ve sólo
como un enemigo, a quien mira con un desdén profundo y rabioso.
¿Es posible sanar un corazón que ha llegado a rodearse de cadenas de envidias, que vive lleno de
deseos de venganza, que naufraga en la rabia contra víctimas inocentes?
En algunas situaciones la curación parece imposible: estamos ante personas psicológicamente
enfermas que necesitan un tratamiento médico. Por desgracia, muchas veces no llegan a reconocer
su situación ni a pedir ayuda especializada: vivirán en medio de sus rencores y harán mucho daño a
quienes han escogido como víctimas. Otras veces ellos mismos o algún familiar harán posible el
inicio de un tratamiento psicológico que, si se lleva de modo adecuado, puede producir buenos
resultados.
Hay situaciones que no surgen desde enfermedades mentales, sino desde ese mal interior que surge
de las secuelas del pecado original y de las pequeñas o grandes opciones personales que configuran
poco a poco la propia manera de pensar y de actuar. Quien ante una injusticia real o imaginaria opta
por el senda de la venganza a cualquier precio; quien no soporta ver a otros avanzar por el camino
de la virtud y se ahoga en la envidia; quien se siente empequeñecido cuando alguien triunfa a su
lado; quien permite crecer la avaricia y la soberbia en su corazón... dejará que su alma quede
dominada por un monstruo interior que un día desencadenará sus odios incontenibles contra la
víctima prefijada.
Incluso en esas situaciones es posible una terapia completa, definitiva, desde el gesto valiente,
humilde y franco de pedir perdón a Dios y al hermano injustamente perseguido. Lo cual es posible
sólo si uno llega, desde la ayuda de la gracia de Dios, a reconocer cómo el mal ha avanzado en su
alma, cómo el odio lo ha dañado a él y a quienes vivían tal vez bajo su mismo techo.
Si acoge la ayuda que viene de Dios, si desde un arrepentimiento sincero acude al sacramento de la
Penitencia, podrá romper el cerco malévolo de las mentes retorcidas. Entonces estará en
condiciones para introducirse en el mundo del Evangelio, empezará a vivir desde el amor sincero y
humilde a sus hermanos, adquirirá un corazón sano y lleno de misericordia.