Modos de ver la vida
P. Fernando Pascual
2-4-2011
Existen muchas maneras de ver la vida. Tantas que alguno puede pensar que no hay criterios
objetivos para todos, que cada quien escoge, desde gustos o preferencias subjetivas, su modo de
afrontar la propia existencia.
Unos trabajan por la injusticia y otros practican la usura. Unos ayudan a los enfermos y otros
proponen su rápida eliminación. Unos buscan superar el racismo y otros lo promueven incluso con
ayuda de teorías pseudocientíficas. Unos defienden la dignidad del hijo no nacido y la importancia
del matrimonio como fundamento de la sociedad, y otros abogan por el aborto y por el mal llamado
“amor libre”.
Ante tantas preferencias, ¿podemos encontrar parámetros objetivos? ¿Hay un hilo de reflexiones
que nos permita descubrir cómo distinguir entre modos de vivir correctos y modos de vivir
equivocados?
Una primera respuesta se encontraría en los resultados inmediatos, si bien no es definitiva ni puede
serlo. Quien escoge como norma de su vida el placer sin límites y opta por abusar de bebidas
alcohólicas y de drogas, se encontraré en poco tiempo enfermo, destruido física y psicológicamente.
El resultado malo permite entrever que su modo de ver la vida era destructor.
Existen, sin embargo, modos de vivir que no conllevan a resultados inmediatos dramáticos y que
son, sin embargo, negativos, para con uno mismo y para otros.
Pensemos, por ejemplo, en un hombre o una mujer que optan por la codicia, que viven para el
dinero, que triunfan, que ascienden, que compran y compran, que invierten, que gozan al ver cómo
las cuentas están llenas de números. Quien así vive y “triunfa”, no siente en qué esté equivocado.
Actúa y piensa como un borracho continuo, encantado por sus logros, incapaz de romper el
espejismo de su fracaso profundo como ser humano.
Hay un horizonte de resultados que va más allá de lo inmediato y más allá de lo que aparece como
un triunfo a largo plazo. Es el horizonte que se abre con los valores del espíritu y con el mundo de
lo eterno. Es la perspectiva que descubrimos al reconocer que existe un Dios que ama a los buenos
y que castiga a quienes viven orgullosos en sus pecados.
Sólo en esa perspectiva se descubre que hay modos de vivir radicalmente malos, porque llevan a la
muerte definitiva, al infierno, desde engaños llenos de injusticia. Como también que existen modos
de vivir radicalmente buenos, porque dejan a Dios el primer lugar en la propia existencia, y porque
permiten abrir el corazón a las necesidades de quienes suplican, a nuestro lado, unas migajas de
cariño y de justicia.