Vestir al desnudo
Siempre tendrás que cubrir la desnudez del prójimo con el manto de la caridad.
Autor: Antonio Rivero, L.C.
“Estaba desnudo y me vestisteis” (Mateo 25, 36).
Karibu es una ONG que atiende a inmigrantes subsaharianos en Madrid. Uno de sus
servicios más demandados es el ropero, al que acuden miles de africanos que no
tienen con qué vestirse. María del Carmen lleva 15 años como voluntaria, dando
testimonio entre sus hijos y nietos de la importancia de vestir al desnudo. «Estas
personas no tienen ni ropa ¡y son iguales que yo! ¿Qué he hecho yo para nacer en
España y no en África? Nada. Entonces, ¿por qué puedo cambiar de ropa cuando
quiera y ellos no tienen ni un jersey en invierno? Con la crisis, la gente trae menos
ropa, aunque todos tenemos una prenda que casi no usamos y que alguien
necesita», dice. Y añade: «Si no tuviera fe, quizá no estaría aquí, pero creo que
vestir al desnudo es una obligación humana». Si ahora echa usted un vistazo a su
armario, puede que descubra un motivo para llevar a otro la misericordia divina.
Siempre hay en nuestro ropero o placard, alguna ropa que ya no usamos y que
está en buenas condiciones, y que podemos obsequiársela a un pobre que no tiene
vestido. Entonces el cuerpo de ese pobre, la carne de aquel cuerpo hablará a Dios
de nosotros, de nuestra caridad, y Dios nos colmará de bendiciones de todo tipo.
Dios fue el primero que realizó esta obra de vestir al desnudo, pues lo hizo cuando
vistió con túnicas a Adán y Eva, después de que cometieron el pecado. Imitemos
entonces a Dios, y vistamos a los pobres hombres que están desnudos, con
harapos, como lo hizo Martín de Tours, aquel soldado que servía al ejército romano
allá por el siglo IV, cuando repartió su capa con el pordiosero que estaba
congelándose y tiritando de frío en ese invierno duro en Amiens. En la noche
siguiente, Cristo se le aparece vestido con la media capa para agradecerle su gesto.
Lo que hagamos a uno de nuestros hermanos, lo hacemos a Cristo.
Y ojalá seamos lo suficientemente valientes y desprendidos como para dar algo que
usamos y que nos gusta, e incluso que es nuestra prenda preferida para salir de
paseo o simplemente vestirnos en alguna ocasión especial. Porque aunque a veces
parezca como que nos arrancamos un pedazo de carne al dar esa ropa, la obra ante
Dios es de un valor casi infinito, y de paso practicamos la santa pobreza y el
desprendimiento, que es necesario tener para no estar apegados a esta tierra y a
las cosas materiales. Demos con caridad nuestra ropa, antes de que los ladrones
nos las roben y nos quedemos desnudos y sin el mérito de haber practicado la
misericordia.
Quizá haya otro tipo de vestiduras, mejores que la capa de san Martín, que sí debes
poner: la vestidura del honor, del respeto, de la protección. Siempre tendrás que
cubrir la desnudez del prójimo con el manto de la caridad.
Hay otro problema relacionado con esta obra de misericordia. Hay algo mucho más
grave que no vestir al desnudo; es el desnudar al vestido. Esto es ya tema de
justicia. Y atentos, son millones a los que tal vez estemos desnudando. “Si, pues,
ha de ir al fuego eterno aquel a quien le diga: estuve desnudo y no me vestiste,
¿qué lugar tendrá en el fuego eterno aquel a quien le diga: estaba vestido y tú me
desnudaste?” (San Agustín).
Como manos de Dios en la tierra, podemos ayudar a vestir y aliviar al necesitado.
Aquí tienes algunas sugerencias concretas:
• Apoya y dona a colectas realizadas por escuelas, parroquias y otras
organizaciones caritativas que recogen ropa y mantelería para las necesidades
locales.
• Organiza programas para proveer de toallas y sábanas a hospitales que tengan
falta de estos objetos esenciales en áreas deprimidas, particularmente en países en
vías de desarrollo.
• Actúa en solidaridad con las parroquias de hermanos en zonas devastadas por
tornados, inundaciones, terremotos y huracanes, dejando a sus habitantes
prácticamente sin nada.
• Ayuda a los vecinos que han perdido sus posesiones en fuegos, inundaciones u
otras circunstancias.
Sé caritativo, pero recuerda siempre que al dar, lo más importante es mantener el
sentido de dignidad de la persona; nadie debería sentirse nunca como “un objeto de
caridad”. Si supiéramos todo lo que recibimos al practicar la misericordia con los
hermanos, no dejaríamos pasar ni un solo momento en que no realicemos alguna
de las catorce obras de misericordia.
¡Vence el mal con el bien!