“Sed compasivos como vuestro
Padre es compasivo” (Lc 6,36)
Felipe Santos, SDB
Lleva hoy esta palabra de Jesús como un
regalo. Deja que te resuene en el camino.
La compasión es la forma de mirar al
mundo que tiene Dios. Jesús te pide que
te parezcas a Dios en la compasión. El
tiempo que dedicas a la oración es el
tiempo en que el Espíritu educa tu
corazón en la ternura.
Lléname de tu Espíritu, a fin de que en
las cosas de cada día descubra tu llamada
a ser tu rostro compasivo para mis
hermanos.
Hay una casa misteriosa donde sólo puede
entrar una persona cada vez. Cuando las
personas salen de la casa, nadie concuerda
con nadie con respecto a lo que vieron adentro.
Vi un viejo con cara de vinagre, dijo un viejo
con cara de vinagre. Vi una mujer triste, dijo
una mujer triste... Era simplemente una casa de
espejos. Igual que nuestra vida. Nos toca la
difícil tarea de reflejar el rostro de un Dios
compasivo. Y el evangelio nos da la receta: No
juzgar, no condenar, dar mucho y
generosamente, y medir con la medida justa.
Un Dios compasivo es quien nos alienta,
acompaña y nos da fuerzas para afrontar la
complejidad de la vida que nos ha tocado vivir.
Aunque creados a imagen y semejanza de
Dios, se nos fue desfigurando el rostro y ni
siquiera nos percatamos de ello por obra de
costosos maquillajes. Preguntémonos, ¿por
qué juzgamos si Dios no nos juzga? ¿Por qué
condenamos si él no nos condena? Si de
verdad andamos con Jesús, ¿por qué no se
nos nota?