Internet: ¿un tribunal sin reglas?
P. Fernando Pascual
12-3-2011
Los jueces deben seguir una serie de normas más o menos estrictas antes de sentenciar si una
persona es culpable o inocente. Si los jueces son honestos, y si las normas se basan en principio s
buenos y claros, la mayoría de las veces podrán condenar a los culpables y absolver a los inocentes.
Por desgracia, es casi imposible eliminar un margen de error en las condenas, sea por la
complejidad de algunos asuntos, sea por la habilidad de algunos abogados o fiscales, sea porque los
mismos jueces a veces se dejan arrastrar por prejuicios o por sobornos.
En el mundo de Internet, ¿se pueden aplicar estas ideas? Es cierto que las páginas de Internet no son
tribunales que dictaminan sentencias vincula ntes. Pero también es cierto que en Internet millones de
personas dan su opinión sobre la culpabilidad o la inocencia de otras personas.
Ya casi resulta normal ver cómo en blogs, foros, chats, redes sociales, páginas de prensa que
admiten comentarios, la gente “vota” o se pronuncia con mayor o menor seguridad sobre la
inocencia o la culpabilidad de personas concretas, de grupos, de gobiernos, o sobre la bondad o la
maldad de los protagonistas del pasado.
Si analizamos la situación del mundo así llamado virtual, pero que tiene tras de sí personas muy
reales (con todas sus pasiones, sus odios, sus amores y sus proyectos), descubrimos que existen
auténticos “tribunales cibernéticos” en los que se emiten sentencias de todo tipo.
Esos tribunales, sin embargo, carecen muchas veces de reglas. En ocasiones los propietarios de las
páginas eliminan comentarios que calumnian a personas, que promueven la difamación, que
insultan o promueven el odio. Pero en otras ocasiones tales comentarios gozan de una enorme
libertad, con lo que resulta sumamente fácil denigrar y destruir a personas concretas.
Hay que reconocer que también en Internet es posible denunciar acciones injustas que no son
perseguidas por quienes, en nombre del Estado, deberían condenarlas y no lo hacen. La acción
positiva de sana denuncia puede llevar a movilizaciones colectivas a favor de las víctimas y en
contra de los delincuentes, por ejemplo desde adecuadas formas de presión (como el boicot, por
ejemplo) contra tal empresa o grupo político.
Sin embargo, la acción positiva que puede desarrollarse en Internet no oculta los peligros de un
sistema de “linchamiento” electrónico con el que algunos se dedican a destruir la buena fama de
personas inocentes. Las víctimas de estos “tribunales populares cibernéticos” ven con pena cómo en
cuestión de horas son abucheadas y ridiculizadas por comentarios (muchos anónimos) de quienes se
dejan llevar por el odio, por prejuicios sin fundamento, o simplemente por grupos de poder que
lanzan al ruedo una calumnia y luego la atizan con astucia diabólica.
No es nada fácil establecer maneras concretas para evitar estos peligros y para castigar a quienes
incurran en delitos concretos al calumniar y destruir la buena imagen de inocentes. Un mal
entendido respeto a la libertad de expresión ha provocado que en Internet haya amplios espacios en
los que muchos tiran la piedra y esconden la mano.
Existen algunos sistemas de control con los que puede llegar a descubrir y castigar
convenientemente a quienes instigan al odio, a quienes promueven infamias, a quienes difunden
mentiras que destrozan la vida de ciudadanos indefensos.
Junto a estos sistemas punitivos, el camino más eficaz para evitar estos males consiste en la
autocensura, con la cual los verdaderos defensores de la justicia piensan dos veces antes de lanzar al
ruedo comentarios que sólo reflejan prejuicios internos y odios fuertemente arraigados, o que
repiten lo que otros dicen sin fundamento ni prueba alguna.
Desde actitudes honestas, que nacen del amor a la verdad y a la justicia, habrá más corazones que
asuman como regla personal una sana autocensura, al mismo tiempo que habrá más personas
dispuestas a defender, con valor y con medidas adecuadas, la fama de inocentes.