Milagro de Navidad

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio

 

¡Allí viene el viejo loco!- Dicen los chicos, cuando ven pasar al anciano, quien arrastrando los pies, y sus ojos bajos como buscando algo en el suelo, avanza por las veredas del barrio, reli-
giosamente dos veces por semana. Los días lunes y jueves, en verano como en invierno, con
sol, lluvia o aún con nieve se lo ha visto pasar.
Su ropa, si bien esta raída, está limpia, y el bastón que lleva en su diestra, es tan solo para adorno.
Los niños del barrio lo tratan bien, más allá de decirle «viejo loco», mote que le quedo por el
decir de los mayores, y no por iniciativas de ellos.
Habla con todos y mil temas son pocos para tratar con él, siempre culto, respetuoso, apacible,
como diría un amigo, es un personaje fuera del contesto de nuestras vidas.
En las oportunidades que tuve para hablar con él, se gano mi confianza y supe ganarme la suya.
La tarde en que me revelo su misterio estuvo seguida por algo más grande que la casualidad.
No era fácil que yo me encontrase con él, a causa de mi trabajo y de lo alejado del barrio en que
está mi lugar de tareas diarias; pero ese lunes, uno de los tantos «feriados largos», caminaba yo
por esas calles recreándome del paisaje, cuando me encontré con él, nos saludamos y comencé
a seguir sus pasos, charlamos y al llegar a una plazoleta, donde solía hacer un alto en su camino,
el anciano amigablemente me pidió que me sentara. El aire frío de agosto, penetraba la piel, pero
el abrigo que ofrecía la plazoleta, atenuaba el viento, y el sol de la tarde hacían agradable el estar 
y lo apacible del lugar permitió la intimidad, él mismo comenzó a hablarme de su vida, de su esposa, de sus hijos.
Así supe que fue un hombre de buena posición económica, todo logrado con el esfuerzo que junto a su esposa hicieron para llegar a ello. De cómo crió a sus hijos y como con el correr de los años, cuando estos fueron creciendo, también creció en ellos el desatino económico, por lo que,
a pesar de la austeridad tuvo que dejar su negocio y vivir de su jubilación. Su esposa por ello enfermo de tristeza y a pesar de su esfuerzo y de su amor, y de las muchas atenciones de otras,
personas que bien la querían, no pudo rescatarla de una dolorosa muerte.
Sus hijos habían buscado nuevos horizontes y se alejaron de la ciudad. Una vez al año tenía alguna
noticia de ellos, de sus nueras y de sus nietos. Pero no los veía desde hacía doce años, fue cuando
murió su esposa.
Él vivía en su casa, la que había podido retener para sí, después de pagar todos los gastos, se pasa
el tiempo escribiendo y leyendo. El motivo de su recorrido, se debía a recordar el día en que conoció y en el que murió su esposa.
Curioso por naturaleza, no pude reprimir la pregunta sobre él por que, sus hijos no lo visitaban.
Me dijo que por un lado se sentían culpables por lo sucedido a causa de ellos, y se culpaban por la
muerte de su madre.
Le pregunté si él pensaba lo mismo. Me dijo, que no. Que nunca los culpó y si algo debía perdonar,
él ya los había perdonado, pero dijo con tristeza que al igual que con su esposa nunca pudo hallar  
la forma de entrar en el corazón de sus hijos. Son buenos pero es como que no saben pedir perdón
y perdonar, termino diciendo. Mientras hablaba metió su mano en el bolsillo del abrigo, saco un papel bien doblado, ya algo amarillento por el tiempo y dándomelo me dijo que es algo de lo que
escribía, y que esto lo escribió cuando murió su esposa, lo tomé y esto es lo que leí:
         
PARA TI AMOR MÍO

Llegaste a mí vida como la lluvia que necesita la árida tierra,
tú fuiste la razón de que mi vida diera frutos,
mi vida que no tenía horizonte tuvo en ti la brújula de mi futuro.

Me diste vida mía, toda la tuya,
por eso viví y vivo aun hoy,
porque si tu no estas hoy, ya junto a mí,
pero tu corazón todavía late junto a mío.

Nadie debe dejar de cumplir su destino
por difícil que sea planteado en tu vida,
porque Cristo subió a la Cruz, por ti, por mí.
Por eso aceptó tu partida con la esperanza de llegar a ti.

Hoy tan solo tengo un vacío, que solo llena el saber que por ti, todo lo di
pero se ahonda hoy mi pena, con tu partida también llevaste a nuestros hijos,
no comprenden ellos, mi tristeza, tampoco mi soledad.
Amor mío, seguiré mi camino en la vida, así como tú lo querías,
y siempre te recordaré y te amaré..., en cada paso que de,
en cada pensamiento, en cada flor, en cada niño, pero en especial en nuestros hijos.-
                                                                      Julio

Cuando terminé la lectura, la que hice en voz alta, le pedí dos cosas. Que me prestara el poema
y que me diera su dirección y la de sus hijos. Acepto con los ojos empañados por las lágrimas, anote 
las direcciones, lo abrace, se levanto y continuo su camino.

Hoy es 24 de diciembre, dentro de unas horas será la Nochebuena. Voy caminando por las calles de mi barrio, el aroma de las flores y el estruendo de algunos fuegos de artificio me preanuncian  la
llegada del Niño Dios.
Voy a la casa de Julio, así se llama el anciano, allí están hoy Julito, como él lo llama, su esposa Esther, sus nietos Andrés y Gustavo. También esta Mario y su esposa Lucia, con sus hijos María
Belén y María Lucia. También les llegó Roberto y su esposa Mabel, con sus hijos Florencia y Laureano.

Sí, piensó bien, fueron unas líneas que envié junto al poema, a cada uno de sus hijos, con los que tuve después, comunicaciones telefónicas con las que preparamos este encuentro de padre e hijos.
No crea que estaré inmiscuido entre ellos, solo voy a saludarlos con tiempo antes de brindis de la
Nochebuena.
Quizá se pregunté quien lea un día este relato. Cuanto de verdad hay en él. Y yo le diré que también
un día nacía Jesús en Belén, y aun hoy muchos se preguntan si fue verdad o ficción. Por eso dime si
tú crees en el Niño Dios y en el milagro de Navidad. Si me dices que sí, te diré que en esa tarde para
mí, también se produjo un MILAGRO DE NAVIDAD.-

                                                                         lorenzo  22/12/2001