El corazón que Dios sano

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio 

 

 

Un día cualquiera de la vida tuya, mía o de cualquiera,
vinimos a participar de este tiempo transitorio en este mundo.
Con esa vida vino también nuestro corazón y con él...
el amor, el perdón, la humildad, el orgullo..., y todo lo demás.

El paso de los días acumularon meses, que se transformaron años...
Esos años llenaron de heridas a aquel puro y sano corazón,
el mío se lleno de ellas, leves algunas y profundas otras,      
a causa de mis pecados contra Dios, en el prójimo que no supe amar.

Así, con mi miseria a cuesta lleve sobre mis hombros la cruz de mis pecados,
cada día intentaba dejarla al costado de mi cama, al levantarme, pero seguía ella en mí.
Y fue en un tiempo como éste, en que encontré el modo de dejar mi cruz,
aquel día en que caminaba agobiado por el peso de mi cruz, nuestras miradas se cruzaron.

Él, desde la Cruz , yo desde mi miseria, su mirada se posó sobre mí, y avergonzado quise huir,
pero mis pecados se engancharon en lo áspero del Madero y caí de bruces al suelo árido.
Aturdido y sin fuerzas ya, cuando perdido me creía yo, unos brazos me ayudaron a levantarme,
cuando agradecido por el gesto volví mi rostro, me encontré con aquellos ojos piadosos, 
allí estaba la Cruz , pero Él, estaba sosteniéndome, entonces lo abrace y llore amargas lágrimas.

Hoy recuerdo aquel día, cuando sentí sobre mi cabeza su mano y como mi cruz desapareció,
el dolor de mi pecho se transformo en paz, un sentimiento de bondad llenó mi ser todo.
Quise, saber él porque, y me encontré de rodillas frente al Crucificado, y como tantos, recordé.
Recordé que un día como ese, Él, que es Hijo de Dios, murió en la Cruz para mi salvación...
salvación que llega para todos, con solo reconocer sus pecados, y aceptar de Jesús su perdón, 
y entonces supe que, debía yo también perdonar a los que me habían herido...

Fui a aquellos que un día ofendí, y de rodillas perdón pedí por mis pecados, y por quienes no halle,
busque un sacerdote y pedí a Dios perdón por los primeros y también por los otros.
Desde entonces llevo mi cruz a cuestas, pero no pesa ella más de lo que puedo llevar en ella,
y cuando el peso excede mis fuerzas, allí voy buscando dejarle a Él mis penas y traer su amor.

Semana Santa, tiempo de reflexión, de perdonar y pedir perdón, de amar y dejarse amar...
tiempo de encontrarse con la Cruz del Salvador y pedirle que sane nuestro corazón...
Pero recuerda que solo tú debes querer sanarte, Él nada puede hacer si tú no lo quieres.
Arrepiéntete de tus pecados, pide perdón y perdona a quienes te ofendieron, como Él perdona.
      
                                       
                                     lorenzo  22/04/2005  (martes santo)