El viajero

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio

 

 

Hace mucho y allá lejos, en un tiempo inmemorial, llego a un lejano villorrio, un hombre que se
apoyaba en un cayado, cargando un morral de cuero, el sol de la media mañana caía a pleno y se veía que aquel hombre tenía sed y su andar denotaba el cansancio de un largo caminar, saludo a su paso a unos niños que jugaban en las calles, llego a una plazoleta donde un añejo roble producía una agradable sombra, dejo junto al tronco su morral y su cayado y fue hasta la bomba de agua, acciono la palanca hasta lograr agua fresca, usando un jarro bebió hasta saciar su sed, después utilizando el agua del abrevadero refresco su rostro y su cabeza, luego volvió donde estaban sus únicas pertenencias y usando su morral como apoyo se recostó, se sumió en un sueño liviano. Ruido de pasos sobre la grava y el murmullo de voces le hizo abrir los ojos, vio entonces el rostro de unos diez niños que a unos cinco pasos de él, observaban con atención, hizo un gesto de saludo con la mano y se incorporo hasta quedar sentado sobre una piedra del tamaño de una gran sandía.
-¡Hola como están…!
Al escuchar la voz todos dieron un paso atrás.
-¡No teman, solo soy un hombre de paso, quisiera comer algo, pero solo tengo un mendrugo, bueno sería agregar algo más! ¿Creen ustedes que eso sea posible?
Se miraron todos entre sí, sus rostros transmitían un estado de ansiedad que llamo la atención del viajero, y de pronto sin que mediara palabra alguna entre ellos salieron a la disparada en distintas direcciones, volvió el viajero a la bomba y recogió en su jarro agua fresca y se sentó pensando calmar su estomago con el mendrugo, cuando comenzaron a llegar los niños, uno traía una manzana, otro un racimo de uva, aquel, una rebanada de pan, un trozo de carne asada traía una niña de largas trenzas, con sigilo los niños se acercaron hasta rodear al viajero y extendiendo sus manos le entregaron su ofrenda.
-¡Es todo lo que conseguimos, esperamos sea bueno para usted…!
-¿Bueno? ¡Nunca he recibido mayor ofrenda que esta, siéntense aquí a mí alrededor y les contare cosas y preguntare otras, vengan…!
Se sentaron y acompañaron a aquel hombre y vieron como comía sus ofrendas con verdadero placer, ello les agrado, y más confianza adquirieron cuando les contó algunas aventuras de sus muchos viajes, los niños se fueron a sus hogares para comer sus almuerzos, mientras permanecía a la sombra del nogal vio pasar a quienes serían los padres y madres de muchos de los niños que estuvieron con él, todos iban con sus cabezas agachadas y sus semblantes denotaban tristeza o preocupación.
Pasado un tiempo después del almuerzo los niños volvieron trayendo cada uno algo de lo que habían comido, le dijeron que eran enviados por sus padres y querían saber sus padres su nombre, acarició el mentón y con una sonrisa enigmática les dijo.
-¡Vaya y díganle a sus padres que mi nombre es “El Viajero” y que por favor vengan unos momentos por aquí que quisiera hablarles!
Tan rápido como dieron sus piernas salieron disparados, y en menos de una hora la sombra del nogal albergaba a una nutrida concurrencia, después de agradecer las molestias “el viajero” comenzó a hablar con voz suave.
-¡Soy solo un viajero que recorre caminos y pueblos no vendo nada, y no llevo doctrinas salvadoras, tan solo me es grato decirles que he sido gratamente sorprendido por la acogida de ustedes, en especial de los niños, pero no podía marcharme sin conocer la causa de sus rostros tristes, y pensé que en beneficio de vuestra generosidad, después de saber la causa de esa tristeza, ver si al menos puedo dejarles algún consejo!
Quien parecía ser el mayor de los presentes dijo.
-¡Nuestra tristeza radica en que por años vivimos y crecimos con la fe de nuestros mayores, pero poco a poco ellos se fueron muriendo y ninguno se intereso por adquirir y seguir sus enseñanzas, nueve años atrás llego un sacerdote y él nos introdujo aún más en la fe, por el descubrimos a Jesús en la Eucaristía, pero ya hace dos años que murió y nadie vino a reemplazarlo, la falta del Pan y la Confesión, nos ha sumido en ésta tristeza, y hemos llegado a la conclusión de que si no tenemos sacerdote es que hemos fallado en algo y nuestra culpa cae sobre nuestros niños…!
-¡No…, eso no puede ser, Dios jamás abandona a sus hijos, son sus hijos quienes lo abandonan a Él,
cuando eso sucede el hombre se culpa y cree que el castigo divino es causa de sus penas, permítanme preguntarles algo! ¿Ustedes han rezado pidiendo a Dios por un nuevo sacerdote?
-¡Algunas mujeres lo hacían, pero ya han fallecido varias de ellas y ya nadie se reúne en el templo a orar!
-¿Puedo darles un consejo, sin que lo tomen a mal?
-¡Si, por favor diga usted ese consejo y haremos todo por ponerlo en práctica!
-¡Bien, a partir de esta noche por nueve noches seguidas se reunieran todos los que puedan en el
Templo, allí oraran a Dios por ese sacerdote que ustedes necesitan, y cuando Dios les conceda esa

gracia, deben rezar en forma permanente para que nazcan vocaciones entre ustedes para así dar a Dios lo que Él les de a ustedes, sacerdotes. Recuerden siempre que un sacerdote deja todo para ir allí donde Dios lo necesita, así ese sacerdote que llegará un día, habrá dejado todo por ustedes, sean generosos
como Dios es generoso!
-¡Ahora comprendemos donde fallamos, fuimos egoístas, que Dios nos perdone, gracias buen hombre
por su consejo, si usted quiere puede visitar el Templo y si no fuera demasiado nuestro pedir, quisiéramos que usted esté esta noche con nosotros!
-¡Es una buena idea, así lo haré!
El templo construido con piedras estaba limpio y ordenado, la casa de cura esperaba tan solo que alguien la habitará, los niños como un racimo apretado lo seguía detrás los mayores le contaban cosas del padre Ignacio, como había Bautizado a sus hermana, o casado a sus tíos, frente al altar desnudo se postro “El Viajero” e igual hicieron los niños, el sol fue dejando paso al crepúsculo, el cielo se tiño de añil y pareció allí reinar la paz, los niños se habían retirado ya, y la llegada de los primeros fieles encontró al “Viajero” orando aún, las velas encendidas que traían ilumino el Templo, todos rezaron por una hora y la suplica era común: “Envía Padre un sacerdote a tus fieles y tus fieles ofrecerán suplicas por nuevas vocaciones”
Después de la oración “El Viajero” fue invitado a cenar con quien había hablado con él, después de la cena le ofrecieron albergue, pero él prefirió el cobijo del roble, después de darlas gracias se retiró.
Con el alba se acercaron algunos hasta la plazoleta esperando encontrar aquel hombre bueno, pero solo encontraron al viejo roble.
Meses después un hombre a lomo de una mula llego al lugar, después de abrevar a la mula y saciar su sed se dirigió al Templo seguido por los niños, cuando éstos descubrieron que el viajero era un sacerdote comenzaron a gritar y a repicar las campanas, a poco todos los habitantes estaban en el Templo dando gracias a Dios, el sacerdote, vistió el altar dispuso lo necesario para la celebración de la Misa, se revistió y celebro allí la primera.
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Desde entonces allí nunca faltó un sacerdote y todo el que pasa por el lugar y se detiene bajo el roble puede leer un cartel que reza: Aquí se detuvo “El Viajero”: Nosotros sabemos que era un hombre de Dios.

Que nunca nuestra vida se vea privada de la presencia de un Sacerdote, que no falte nuestra oración por las vocaciones y que no sea nuestro egoísmo causa de tristezas en nuestras vidas como la de los personajes de este relato. Hoy tenemos un sacerdote pidamos a Dios que mañana tengamos dos.

lorenzo 19/02/2007