Ayer...

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio

 

 

Ayer cuando cansado mi cuerpo por las fatigas del día.
Llegado el filo de la noche, sentí la soledad...,
soledad de afecto, de caricias, de amor...
Después de horas entregadas al servicio de los hombres y mujeres,
busque entre aquellos más cercanos
encontrar un hombro donde apoyar mi cansada cabeza,
pero todos lo tenían ocupados...,
ocupados de todo, llenos de nada.
Sentí allí el peso de la desidia, comprendí el pecado de omisión.
Busque entonces entre los otros, entre los de la calle,
en las casas, en los templos, en las plazas..., todos estaban ocupados.
Soledad, frío, tristeza..., no en el cuerpo, pero sí en el alma.
Hecha jirones mi dignidad, pisoteada mi fe, rota mi esperanza.
Arrastrándome como vil gusano, lleve mi humanidad sin rumbo,
en la noche ya, no del día..., sino del corazón.
Sentía allí sobre mí, la pena de aquellos a quienes no les di consuelo, un día,
a aquellos que sus lamentos, no supe escuchar,
vi allí la Miseria de mi Vida.
Sentí muy dentro de mí la furia del amor, de ese amor no dado ni recibido,
allí de rodillas, destrozado como estaba afectivamente, llore..., llore..., llore...
No llore por mí, llore por ellos a quienes estando, No Vi.
Levante los ojos y con la fuerza del amor, pedí perdón y perdoné.
Entonces volvió a mí, la paz, se alejo el cansancio.

Sentí sobre mí unas suaves manos acariciándome mi cansado cuerpo,
supe que eran las manos de AQUEL que siempre está.
Aun cuando los otros te den la espalda,
Él siempre tiene su hombro dispuesto para mitigar tu cansancio.
Sí, allí sentí sobre mí la ternura de JESÚS Y LA MISERICORDIA DE DIOS.
Volvió entonces a mí, la fuerza de la VIDA.-