La sequia

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio

 

 

Golpea el viento norte, el rostro del caminante,
el sol derrama sobre la tierra sus rayos de febrero,
agresivamente sobre los campos sembrados,
hieren los ojos, el fulgor del astro rey.

El coyuyo derrama al aire su canto...,
como llamando a la lluvia esquiva,
que ya seca los cogollos y los pastos,
y en los sembradíos, blanquean de las plantas, sus hojas.

Faltan las aguadas, y las aves mansas y las de rapiña,
parecen familia, junto al zorro, la liebre y el caballo,
el hombre otea el horizonte como buscando...,
y sus pupilas se enceguecen por el reflejo del sol.

Se detiene el caminante, y a la sombra de un viejo tala, se resguarda del sol...,
busca entre sus pertenencias, saca una bolsita de cuero,
de ella extrae un Rosario de cuentas brillantes...
Mirando al cielo, de hinojos, trémulas las manos, comienza a rezar.

El cansancio le trae al caminante, un sueño que quiebra la resistencia,
y el sopor de la media tarde, todo lo envuelve.
¿Fue un minuto..., una hora..., un siglo?
El sordo ruido de un trueno, aún lejano, lo despertó.

Cae el agua sobre la tierra reseca,
alaba a Dios, el caminante, y se le unen a coro...,
las aves y las bestias, ya no canta el coyuyo,
ya la lluvia todo lo empapa; la angustia paso, la paz llegó.


¡Oh Dios! Perdónanos y escucha nuestros ruegos,
que son muchos, y vanos la mayoría de ellos...
Que este tiempo nos sirva para saber pedir perdón,
que nos enseñe a rezar, que aprendamos a pedir...,
y que por sobre todo, sepamos hacer tu voluntad.-