La prudencia

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio

 

 

En lejano País, un día enfermó el rey, ni médicos, ni sabios, podía curar su mal.
Ante tal noticia, le vivieron a visitar, desde doctos hasta plebeyos. Cada uno trajo,
junto a sus presentes una carga de consejos y “milagrosas” curaciones, pero ni los
unos ni los otros, ni aquellos consejos y las curaciones, pudieron sacar al rey de su
critico estado.
Un campesino le contó al rey de la buena cosecha, y le mostró los frutos, otro le
trajo un rico presente, un sacerdote le obsequio un libro que hablaba de la piedad.
Pasaban los días y el rey no tenía mejoría y, Palacio se asemejaba cada vez mas a
una gran jaula, a causa del tremendo murmullo de las voces.
Un día cerca ya de la puesta del sol, llego a Palacio, un joven que cansado pidió agua,
fue asistido en su necesidad, y mientras saciaba su sed, al ver el gentío, pregunto por
la razón de la misma.
Al enterarse de cual era ella, el joven pidió se le permitiera ver al rey, para darle las
gracias por la atención de haber podido saciar su sed.
Rato después un sirviente le acompaña a los aposentos reales, en donde al cerrarse
las puertas, quedaron solos, el joven y el rey.
Horas más tarde el silencio fue ganando los distintos aposentos de Palacio. Al no escucharse en el aposento real ruido alguno, se abrieron de pronto las pesadas puertas
y, el rey de pie salió, junto al joven ante el asombro de todos los presentes, con gesto
el rey pidió silencio, entonces dijo:

-Todos cuantos vinieron a mí, trajeron los mejores presentes, y toda vuestra salud. Pero
este joven tan solo se acerco para darme su agradecimiento por un poco de agua, y me
mostró su preocupación y tristeza por mi enfermedad. En silencio oró a Dios por mí y por
mi pena, y en su silencio encontré la paz, y en la paz, el deseo de vivir.
Él fue sabio en su prudencia, ella me dio aquello que yo quería, tan solo compañía y silencio, eso tiene el valor del oro para quien sufre algún dolor.-