Tu crucifijo. ¿Dónde está?

Autor:  Diácono Lorenzo Brizzio

 

 

Hace mucho tiempo conocí a un hombre muy particular, a quien visitaba con frecuencia, de cada visita traía sus enseñanzas. Con el correr de los días he comprendido que ellas fueron motivo de ser hoy quien soy.
Relataré aquí lo que sucedió un día de aquellos en que fui a visitar a don Matías, ese era su nombre, la mañana veraniega de aquel enero de 1961.
Como siempre fui recibido con una sonrisa.
-¡Hola hijo, que alegría verte!
Él siempre obvió mi nombre, llamándome hijo.
-¡Yo también estoy contento de venir, y mire usted que hermoso crucifijo!
Haciendo alarde del regalo de mi madrina Luisa, un crucifijo con una cadena de plata, era de regular tamaño y quedaba en medio de mi pecho, y lo llevaba sobre la camisa de color rojo, por lo que se destacaba.
-¡Aja, parece de calidad…!
Lo observo con ojos críticos y poniendo su mano en mí hombro me pidió que lo acompañara, fuimos a dar bajo un añoso tala, a unos sesenta metros de la casa, al pie había varias piedras planas ubicadas en forma de semicírculo, pensé que sería para sentarnos, pero erré.
-¡Nunca te he traído al orador, pero creo que es tiempo de que empieces a frecuentarlo…!
Me hizo poner de hinojos sobre una de las piedras planas, recién allí pude observar que al del tronco del árbol había una especie de casilla y dentro de ella una imagen de la virgen María.
-¡Mira hijo, quisiera que escucharas, pero primero debemos predisponer nuestro espíritu y nuestro corazón para que sea comprensible para ti cuanto he de decir!
Así ambos arrodillados en sendas piedras, su gesto penitente me impulso a imitarlo, de reojo mire su rostro, tenía una serena actitud que contagiaba en el silencio de ruidos, solo se escuchaban el canto de los pájaros.
Trate de concentrarme pero no pude, luego de varios minutos Matías se movió y girando su cabeza me hablo.
-¡Hijo, déjate guiar por el Señor, rechaza los pensamientos del mundo, y permite que la oración comience a serenar tu espíritu y apacigüe tu corazón, así obtendrás concordia de cuerpo y alma, cuando ello consigas comprenderás después cuanto debo decirte…!
Volvió a él a su oración, cerré mis ojos deje que solo el sonido de la suave brisa entre el follaje fuera para mí como la música del cielo, de pronto abrí mis ojos, el sol ya alto casi sobre el cenit, me incorporé, busque a Matías con la mirada, no lo hallé, tuve que friccionar mis rodillas para que la sangre volviera a circular y así poder mover con solturas mis miembros inferiores, un silencio casi místico me rodeaba, comencé a caminar hacía la casa, bajo el alero divise sentado a Matías tomando unos mates, me invito a sentarme junto a él, me acerco un mate recién cebado, percibí su mirada sobre mí, mis ojos estaban fijos en piso, y un sentimiento de vergüenza me inundaba, haberme quedado dormido era demasiado penoso.
-¡Hijo, ahora si puedo decirte lo que quería, Dios te lo ha revelado en tu corazón, tú ya sabes cuanto he de decir, pero tal vez sea necesaria mi voz para que comprendas!
-¡Perdón, pero solo he estado dormido un buen tiempo, no creo que eso halla sido bueno para nadie, menos para Dios…!
-¡Por el contrario, hijo, en ese “sueno” como lo llamas dejaste el mundo terreno, seguro has visto y vivido una experiencia única! ¿No recuerdas nada? ¿No notas un cambio en tu interior?
-¡Ahora que usted lo menciona si, ahora me doy cuenta que no dormí si no que estuve en oración, tan profunda era ésta que percibía un estado diferente, nunca vivido por mí, y ahora comprendo tantas cosas…!

                   
Matías me explico con serenidad y palabras simples que me hizo comprender porque el crucifijo al que yo le daba tanta importancia, carecía de valor real, más allá del material y la hechura, ya que era solo eso un signo de fe, me mostró que él no llevaba signo alguno de su fe. Me contó como, que desde que murió su esposa Matilde, hacía ya ocho años, y que sus hijos habían formado sus propias familias, él comenzó a frecuentar la sombra del Tala, allí fue construyendo su altar y día tras día dejaba parte de sus horas en oración, pedía a Dios por todos. Así descubrió que la verdadera cruz, o en su defecto el crucifijo, no debía estar sobre el pecho, más si no dentro de él, en el corazón.
-¡Es allí donde debe estar – me dijo- es así que cuando quiero hacer algo “malo” contrario a la conciencia se produce en mí, un sacudón es como si a ese Cristo que está en la cruz, se molesta por clavarle un espina con mi malos pensamientos, o acciones, es cuando detengo mi andar y buscando de Dios su luz, rezo, allí se calma mi corazón y desaparece mi desasosiego!
Su silencio produjo en mí la luz de mi “sueño” allí recordé lo que viví, pude ver hombres con crucifijos en sus pechos, y otros signos religiosos y que estaban siendo procesados por muertes, violaciones, robos y fraudes, otros a quienes conocía, que les eran infieles a sus esposas y esposos, jóvenes que vivían licenciosamente, entregando así su cuerpo al demonio. Me vi entonces yo igual a un gusano inmundo arrastrando mi vida por el mundo, percibí un calor intenso sobre mi pecho, era el crucifijo que me quemaba, lo tome y le saque de allí, pero en mi mano estaba frío. Comprendí así el mensaje de Matías, el valor de mi fe no era un crucifijo sobre mi pecho, más si no, mi aceptación de la voluntad de Dios, ello implicaba rechazar todas y cada una de la tentaciones del demonio.
Sabía que sería difícil asumir un cambio de vida así y sin titubeos se lo expuse a Matías, me miro con ternura y me así me hablo.
-¡Ahora si hijo, te diré aquello que sabes, pero quieres confirmar: Ser un buen cristiano nunca será una tarea fácil, cuando más cercano a Dios estés – al igual que Job- más tentado serás por el demonio, pero igual que aquel, debes saber que cuentas con la ayuda divina, perderás muchas cosas y otras no podrás obtener, hablo de cosas del mundo, pero al igual que ese crucifijo carecen de real valor cuando la verdadera Cruz tú la haz incorporado en el corazón, ella producirá momentos de zozobra, pero tendrás de ella el bálsamo y la paz del dolor causado por rechazar al maligno, pero recuerda, deberá ser tu oración, sincera, diaria y alegre de hacerla, allí está la fuente de la fortaleza espiritual, en ella se encuentra la paz, ve hijo que la bendición de Dios te acompañe!

                          
Hoy ya mayor, camino por calles y me rodean personas de todos los credos, muchos son mis amigos y para muchos soy una especie de rareza, cuando me ven cierta alegría y gozando de la vida cada día, a pesar de mis angustias y penas, que al igual que ellos llevo en mí. Cuando les hablo del Crucifijo en el corazón, les parece lindo, pero muchos me dicen que no es posible, entonces recuerdo a Matías aquel amigo que seguro desde el cielo me mira, y pongo mi mano sobre el corazón, allí sin que nadie lo sepa, yo palpo mi crucifijo…


Donde está tu crucifijo…
El mío está en el estuche donde lo recibí, guardado en el cajón de mi escritorio…   
Tú, después de leer este escrito, búscalo y recuerda que Jesús, Hijo de Dios, vino al mundo para darnos la salvación de la condenación eterna, murió en una CRUZ de verdad, que su muerte fue causa también de mis pecados, por eso yo, trato de evitar que las espinas de mis pecados le produzcan nuevos escarnios por llevarlo en un crucifijo sobre mi pecho y no en mi corazón.