Cuando suena el celular del
sacerdote
P. Fernando Pascual
26-10-2024
Cuando suena el celular del
sacerdote durante la misa, la gente reacciona de maneras diferentes. Un párroco
lo explicaba, en la homilía, con ingenio y simpatía.
“Imaginemos que ahora suena mi
teléfono celular. Ustedes se dan cuenta. ¿Cómo reaccionarían?
Alguno quizá intuye: el
párroco, que tantas veces nos ha pedido apagar el celular, ni siquiera nos da
ejemplo. Es un descuidado.
Otro tal vez sospecha que el
párroco piensa más en sus asuntos que en la misa dominical, y que por eso
prefiere recibir una llamada incluso durante la ceremonia.
Otro piensa que el párroco
está hoy muy cansado, y no se ha acordado de apagar su celular antes de la
misa.
Miremos ahora a quien hace la
llamada. ¿Qué piensa? También aquí hay varias posibilidades.
Uno se siente impaciente: ¿por
qué no responde el párroco? ¡Qué falta de respeto hacia quien le llama por
teléfono!
Otro, con pena, intuye que tal
vez ha llamado en un mal momento, y que eso habría provocado un problema al
cura.
Podemos imaginar más
reacciones. De esas reacciones, algunas estarán cerca de la verdad, otras serán
erróneas.
Lo importante es darnos cuenta
de que nuestras maneras de juzgar algo tan sencillo como el ruido del teléfono
durante la misa reflejan nuestras actitudes y prejuicios, nuestras simpatías o
antipatías, nuestro espíritu bueno o malo”.
Con esta breve reflexión, el
párroco quería ayudar a los feligreses a reconocer cómo muchas veces juzgamos
sin tener una visión clara de las situaciones, incluso sin llegar a una
auténtica simpatía cristiana.
Seguramente más de uno, con
razón, comentaría que también el sacerdote tiene que ser comprensivo cuando
suena un móvil (o varios, como ocurre no pocas veces) entre los bautizados que
participan en la misa...
Lo importante es comprender
que todos podemos equivocarnos, incluso a veces con culpa, y que frente a un
error (o un defecto) del otro, es hermoso tender la mano y escoger un modo de
ver las cosas lleno de caridad paciente y benévola.
(Las ideas aquí expresadas
arrancan de ideas parecidas que expuso un párroco de carne y hueso al que pude
ayudar varias semanas en un pueblo perdido entre las montañas...).