Queremos ser queridos
P. Fernando Pascual
19-10-2024
El deseo de aprecio radica en
lo más hondo del ser humano. Desde que nacemos, buscamos cariño, protección,
afecto, ayuda.
Cuando recibimos afecto, vemos
la vida de un modo positivo: es hermosa porque nos quieren, nos acompañan, nos
toman en cuenta.
En cambio, cuando falta
afecto, corremos el peligro de desmoronarnos internamente, de verlo todo con
tristeza, miedo, desinterés.
Queremos ser queridos.
Buscamos que los demás reconozcan lo que hacemos, escuchen lo que decimos,
incluso respondan “like” a lo que ponemos en redes
sociales.
Si el aprecio de otros influye
tanto en nuestras vidas, podemos preguntarnos sobre la calidad del aprecio y
cariño que ofrecemos a los demás.
Porque es egoísmo buscar que
los demás me quieran, cuando mi corazón y mi mente no se abren a todo lo bueno
que tienen los demás.
Es cierto que hay personas
poco amables, a veces antipáticas, que “pesan” en la familia o en el trabajo.
Incluso hay quienes, de verdad, se comportan de modo injusto y gravemente
egoísta.
También quien tiene pocas
cualidades, quien parece no ofrecer algo a los demás, tiene su valor, tiene su
historia, tiene una necesidad inmensa de cariño.
Saber que Dios nos ama es una
ayuda única para construir nuestra vida interior de modo sano y para ver el
mundo como algo que vale la pena.
Igualmente, saber que otros
rezan por nosotros, nos acompañan en un luto o una enfermedad, se alegran en
nuestras victorias, embellece nuestra jornada.
Hoy puedo abrir los ojos para
descubrir el inmenso cariño que Dios me tiene, y el cariño de quienes me
acompañan en tantos momentos de mi vida.
Al mismo tiempo, hoy puedo
abrir mi vida para dar gratis ese cariño que he recibido, y así embellecer la
vida de un familiar, un amigo, un compañero de trabajo, o alguien que compartió
conmigo unos minutos mientras viajábamos en el metro...