Discusiones en parroquia
P. Fernando Pascual
12-10-2024
Para casi todos era urgente
cambiar las luces de la parroquia. Se reunió el consejo parroquial para tratar,
entre otros temas, el de las luces.
Empezó una discusión
interesante. ¿Usar luces directas o indirectas? ¿Blancas o de alguna
coloración? ¿Desde el techo o desde los laterales?
La discusión llegó al punto de
los presupuestos: ¿recurrir a una empresa costosa pero que ofrecía
mantenimiento, o a una más económica pero menos segura en cuanto a la
asistencia técnica?
En la parroquia, como ocurre
en las familias, en las oficinas, en las empresas, hay opiniones diferentes,
algunas con muy buenos argumentos.
Esa diferencia de opiniones
puede abordarse en una discusión llevada de modo correcto. Por desgracia, la
discusión puede degenerar a causa de pasiones encendidas que desembocan en
tensiones y en insultos.
Se esperaría que en una
parroquia la discusión se desarrollase en un clima de serenidad: si somos
verdaderos católicos, la caridad facilita el diálogo.
Pero en la parroquia se
desencadenan no pocas veces discusiones apasionadas, que provocan
resentimientos, ira, agresividad, incluso heridas que pueden durar meses.
Resulta triste que una
discusión en la parroquia desemboque en faltas graves a la caridad, incluso que
hiera la armonía entre los bautizados.
Todos podemos tener un mal
momento: a veces, al confrontarnos, surge un brote de impaciencia y decimos
palabras ofensivas hacia otras personas.
Ese mal momento, sin embargo,
puede ser sanado si, con humildad, pedimos perdón y buscamos cómo reconstruir
puentes.
Como creyentes en Cristo, como
miembros de la Iglesia, tenemos mucho que nos une: el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones... (cf. Rm
5,5).
Ha empezado una discusión en
la parroquia: sobre las luces, sobre el sistema de calefacción, sobre el
contrato de un nuevo sacristán, sobre quiénes serán catequistas este año.
Habrá opiniones diferentes,
habrá quienes den más importancia a un aspecto y quienes consideren más
importante otro.
Lo que caracteriza una hermosa
y sana vida parroquial es esa caridad que permita, en medio de las diferencias,
dialogar serenamente.
Luego, cuando se tomen
decisiones, no todos estarán de acuerdo. Pero al menos, si hay buen espíritu,
la parroquia seguirá unida, porque en ella buscamos cómo amarnos unos a otros
como Él nos ha amado (cf. Jn 13,34).