Abrirme al amor de Dios
P. Fernando Pascual
5-10-2024
Todos necesitamos ser amados.
No todos reciben el amor que necesitan. De ahí tanto dolor, tanta amargura,
incluso tanta desesperación.
Hay un amor que todos podemos
reconocer y aceptar: el amor que Dios nos tiene.
Es cierto que en un mundo de
ruidos, de prisas, de ambiciones, incluso de pecados, resulta difícil reconocer
lo mucho que Dios nos ama.
En ocasiones, llegamos a
pensar que no merecemos el amor de Dios, que es solo para “los buenos”, los que
hacen cosas grandes.
Pero Dios ama a todos y a cada
uno de sus hijos. Sobre todo, nos ama a los que somos pecadores, porque
necesitamos mucha misericordia.
Lo único que necesito es
abrirme al amor de Dios para que consuele, para que cure, para que perdone,
para que salve mi corazón.
Como dice el libro del Apocalipsis,
Dios a veces se queda a la puerta y llama (cf. Ap
3,20). Basta con escuchar su voz, y entonces entra y cena conmigo.
Cuando Dios entra en un alma,
todo empieza a verse de otra manera. Siguen las dificultades, siguen los
dolores, siguen las deudas, sigue la falta de cariño de aquellos de los que
esperamos y necesitamos amor.
Vivimos, sin embargo, esas
dificultades desde una perspectiva nueva. Tenemos una roca en la que apoyarnos.
Dios ha entrado en mi alma.
Desde entonces, Dios empieza a
ser mi verdadero amigo, mi consuelo, mi alcázar, mi Padre, mi Redentor.
Era todo tan fácil. Bastaba
con abrir la puerta. El resto, lo más importante, lo empieza a hacer Dios, que
sostiene y da fuerza a mi respuesta.
Desde ahora me resulta posible
amar, porque he experimentado mucho amor...