Una injusticia en las leyes
electorales
P. Fernando Pascual
22-9-2024
No resulta fácil encontrar una
buena ley electoral que permita construir un Estado democráticos. Ello explica
que existan leyes electorales deficientes, incluso “antidemocráticas”.
Es obvio que la ley electoral
se convierte en una especie de “filtro” a la hora de establecer quiénes pueden
ser elegidos y con qué sistema de recuento de votos se distribuyen escaños en
los parlamentos y en otras estructuras participativas.
Pero ese filtro está dañado si
permite que un número inferior de votantes pueda contar con un número de
representantes superior al número de representantes elegidos por un número
superior de otros votantes.
Por poner un caso concreto:
existe un sistema electoral de una región de España en la que cada provincia
cuenta con un mismo número de representantes elegibles (25), mientras que la
población de una de esas provincias resulta ser doble respecto de otra provincia
de la misma región.
Así, si triunfa un partido
político en la provincia menos poblada, puede conseguir más escaños que otro
partido político que obtenga muchos más votos en la provincia más poblada.
Se genera así una injusticia
contra la democracia en su sentido auténtico. Porque una verdadera democracia
refleja la realidad de las preferencias de los votantes, según un sistema de
elección en la que cada voto valga lo mismo.
Si la ley electoral hace que
el voto de una minoría esté más representado que una mayoría, tal ley electoral
es, simplemente, antidemocrática e injusta.
Lo sorprendente es que en
varios lugares del mundo existen leyes electorales injustas que no permiten al
pueblo ser representado realmente según los porcentajes de votos, leyes que
perviven a lo largo del tiempo.
Ello puede tener diversas
explicaciones. Por ejemplo, algunos sostienen tal injusticia con la excusa de
promover la gobernabilidad y evitar así una excesiva fragmentación en los
parlamentos.
Pero la defensa de la
gobernabilidad no puede ir contra el criterio base de toda democracia: reflejar
los intereses reales de la gente.
Mientras pervivan leyes
electorales que impiden a las mayorías reales ser reflejadas en los diversos
niveles de gobierno, desde el local hasta el nacional, no existirá auténtica
democracia.
Al revés, quienes realmente
defienden la democracia buscarán no el bien de interesen locales, de grupos de
presión o de partidos políticos, sino el bien de la gente, y encontrarán
maneras adecuadas para modificar las leyes electorales de forma que permitan
que los votantes elijan a quienes los representen de verdad.